Opinión | Tribuna

La Universidad y la teoría sobre la estupidez humana

Supresión del Máster Universitario en Investigaciones Históricas por parte del Rectorado y del Consejo de Gobierno de la UEx

Queja de los alumnos.

Queja de los alumnos. / Carlos Gil / EL PERIÓDICO

La ignorancia es atrevida. La estupidez es otra cosa. Cuando la ignorancia alimenta la estupidez surge frecuentemente la irresponsabilidad, una lacra que como una hidra se expande implacable sobre instituciones gobernadas por personas que a veces no saben estar a la altura de las circunstancias. Esto que les digo, y las reflexiones que a continuación pretendo compartir con ustedes tiene que ver -aunque lo trasciende- con un asunto del que El Periódico Extremadura les ha venido informando rigurosamente, el de la supresión del Máster Universitario en Investigaciones Históricas por parte del Rectorado y del Consejo de Gobierno de la UEx. Como pueden conocer los detalles específicos no descenderé a ellos, y abordaré directamente las interpretaciones.

La estupidez humana es un tema que ha merecido la atención de numerosos y cualificados intelectuales, conscientes de que la relevancia de la estupidez para interpretar muchos de los acontecimientos y decisiones que se adoptan en las organizaciones sociales ha sido minusvalorada, y de que, por ello, su conocimiento es necesario para afrontar, dada la imposibilidad de prevenir, sus demoledores efectos. Entre los que se han ocupado de esta temática sobresale Carlo María Cipolla, uno de los historiadores italianos más prestigiosos del siglo XX —¡hay que ver lo «peligrosos» que son a veces algunos historiadores!— que en los años ochenta publicó ‘Las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana’, un estudio cuyo conocimiento debería ser, si no exigible, altamente recomendable para las personas que ostentan cargos de gestión en las administraciones públicas.

En su brillante teoría científica, estructurada en cinco leyes fundamentales de la estupidez humana, Cipolla explica que en todos los sectores sociales y estratos profesionales hay un grupo invariable de estúpidos, muy superior al que suele reconocerse, que con sus decisiones y actuaciones causan un extraordinario perjuicio, tan inconsciente como devastador, en los ámbitos que lideran o donde han conseguido que se les reconozca capacidad de gestión. El historiador italiano fundamenta su teoría en los análisis sobre coste y beneficio, y en la existencia demostrada en todos los colectivos humanos de cuatro tipos de personas que con sus actuaciones provocan diferentes consecuencias en la trayectoria de las organizaciones. Las cuatro categorías de personas a las que se refiere Cipolla son: los inteligentes, que con sus decisiones y actuaciones consiguen ganancias para ellos, pero también para el resto de la organización; los incautos, que se encuentran inopinadamente con que son los otros los que salen beneficiados, pero pierden ellos; los malvados, que procuran y suelen obtener beneficios únicamente para sí mismos, infligiendo el correspondiente perjuicio a los demás; y los estúpidos, cuyas decisiones y actuaciones insuficientemente meditadas, que consideran evidentes, provocan perdidas y quebrantos para todos, e incluso para ellos. De ahí, que el historiador italiano considere a la estupidez como la característica más perniciosa de las organizaciones, teniendo en cuenta además que no es una actitud que obedezca a criterios racionales y por tanto previsibles. Y que se adopta generalmente de manera sorpresiva, inconsciente, y a veces absurda, hasta el punto de que quienes cometen la estupidez no suelen reconocerla como tal, sino que, con diferentes grados de obstinación, suelen considerar que sus decisiones son inteligentes y obedecen al interés común. Y de ahí también la dificultad para vencer a la estupidez y su poder devastador, o la consideración de que la estúpida es la persona más peligrosa que existe.

Expuesta a grandes rasgos la teoría de Cipolla sobre la estupidez, sólo me resta indicarles que las teorías sólo alcanzan validez si al proyectarse sobre la realidad consiguen esclarecerla e interpretarla óptimamente. Y eso es lo que he podido corroborar con una claridad meridiana en relación con la decisión de suprimir el Máster Universitario en Investigaciones Históricas. Quienes han promovido y ejecutado esa decisión han causado un daño, quizás inconsciente, pero irreparable, en el alumnado de Historia que ve cercenadas su posibilidades de formación investigadora en la UEx; en el Departamento de Historia, y en sus profesores que no podrán proyectar sus líneas de investigación en sus alumnos, que pasaran, en su caso, a integrarse en grupos de investigación de otras universidades; en el conjunto de la Universidad extremeña que verá disminuido su atractivo para captar vocaciones y demandas de formación superior; y también en la sociedad extremeña que seguirá expulsando a personas cualificadas para formarse en otros sitios. Pero, y los que han promovido la decisión, defensores se supone de las esencias y del futuro de la UEX, ¿qué ganan? Pues resulta que no ganan, porque también pierden: las razones académicas y económicas que esgrimen son tan inconsistentes como rayas en el agua. Se ha demostrado por activa y por pasiva que ni se han necesitado, ni se necesitan, ni se necesitarían profesores para impartir el Máster, que no hay gasto de infraestructura asociada a estos estudios, y que el número de alumnos que han venido cursando el Máster, en torno a diez por curso, está en proporción con la naturaleza demográfica y universitaria de Extremadura.

En suma, que todos perdemos, y nadie gana. De ahí que para concluir no pueda recurrir a la frase atribuida al Rector Miguel de Unamuno: «venceréis, pero no convenceréis», porque cuando la pronunció en el claustro de su universidad no se dirigía a los estúpidos, sino a los malvados. Pero sí recurriré a Juan Ramón Jiménez cuando exclamaba: ¡inteligencia!, dame el nombre exacto de las cosas!.

* Profesor Historia Contemporánea. Uex.