Opinión | Desde el umbral

Despoblación

Un vecino junto a su vivienda en el pueblo.

Un vecino junto a su vivienda en el pueblo.

Me entristece profundamente comprobar la irreversibilidad del proceso de despoblación que se está produciendo en determinadas zonas y regiones de nuestro país. Particularmente, me produce verdadero pesar contemplar cómo pueblos que, aun siendo pequeños, gozaban de una vida alegre, jubilosa, animada y populosa, y que, de un tiempo a esta parte, se han ido apagando paulatinamente. Cada vez menos niños en la escuela y las calles. Aulas vacías y plazas solitarias. Comercios y bares que cierran la persiana para siempre. Un relevo generacional que ha dejado de producirse en ciertos oficios y profesiones. Poblaciones que van reduciéndose y envejeciendo de manera vertiginosa, como consecuencia de los bajos índices de natalidad, de que los mayores suelen vivir más, pero acaban por desaparecer, y de que los jóvenes marchan a las capitales buscando empleo y un proyecto de vida alternativo. Parecía que aquella pandemia que nos noqueó a todos iba a ayudar, al menos, a revertir esta tendencia. Porque aquel extenso confinamiento y las restricciones que sufrimos impulsaron a algunos a buscar espacios más amplios y abiertos, una cierta cercanía a la naturaleza y distancia con la masificación de las grandes ciudades. Pero todo quedó en algo circunstancial y puramente anecdótico. Hubo gente que modificó su modelo de vida a raíz de aquella catástrofe sanitaria. Pero no fueron tantos como para inclinar ninguna balanza ni revertir ninguna tendencia.

Muchos de los que volvieron al pueblo para esparcirse, respirar y disfrutar de una mayor libertad de movimiento, acabaron retornando al entorno urbano en cuanto lo peor de aquella tormenta vírica pasó

Y hay que decir que, además, muchos de los que volvieron al pueblo para esparcirse, respirar y disfrutar de una mayor libertad de movimiento, acabaron retornando al entorno urbano en cuanto lo peor de aquella tormenta vírica pasó. No hay nadie que haya dado todavía con la receta mágica para combatir la desertificación poblacional que amenaza con acabar con la existencia de muchos pueblos. Se están creando e impulsando bonificaciones, exenciones y ayudas destinadas a quienes residen, crean un proyecto empresarial o montan un negocio en un pueblo. Pero ni así siquiera se anima el personal a explorar las posibilidades que todo eso podría ofrecerle. Está claro que cada cual elige cómo y dónde desea vivir. Y que, en no pocas ocasiones, la alternativa rural, aunque apetecible, resulta poco asequible si no existen oportunidades laborales e infraestructuras y servicios adaptados a las necesidades de quien desearía establecerse profesional y familiarmente en un pueblo. Pero tampoco hay tantas cosas que hoy no puedan realizarse en un pueblo si, luego, uno se desplaza a una ciudad cercana para buscar todo aquello necesario o accesorio de lo que el pueblo pueda carecer. Claro que esto lo escribo desde la ciudad, y siendo originario de un pueblo. Lo digo para que comprueben lo contradictorio que puede resultar todo. Y hasta qué punto la reflexión y el reconocimiento de una realidad, a veces, no conduce directamente a actuar de un modo coherente con lo que se cree, piensa o manifiesta. Porque, aun sabiendo lo que puede resultar mejor o más saludable, los seres humanos, en no pocas ocasiones, acabamos por tomar el camino más complicado, duro o difícil.n

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