Opinión | Nueva sociedad, nueva política

Prohibido fumar

Una medida antiliberal en la cuna del liberalismo

Una persona rompe un cigarro.

Una persona rompe un cigarro.

El pasado martes 16 de abril, la británica Cámara de los Comunes aprobó prohibir el consumo de tabaco. La medida, con el voto a favor del 85% de los representantes, consiste en que los nacidos a partir de 2009 no podrán comprar tabaco nunca, es decir, no podrán hacerlo ya los que ahora tienen menos de 15 años. Aproximadamente en setenta años el tabaco estará erradicado.

Sí, en Reino Unido. Sí, en la cuna del liberalismo mundial. Sí, en la nación que vio nacer a John Locke (1632-1704), padre de la filosofía liberal y defensor a ultranza de la autopropiedad, es decir, de la propiedad radical que cada ser humano tiene de sí mismo, para hacer de su cuerpo lo que quiera. Sí, a Locke le habría espeluznado el estado social contemporáneo que protege a los seres humanos de los riesgos de la vida.

¿Cómo puede ser? ¿Por qué la nación que fue cuna del liberalismo y que sigue siendo referencia de esa ideología, decide nada menos que prohibir uno de los vicios más queridos por los humanos occidentales? Estas pocas líneas solo nos permiten un par de apuntes fundamentales sobre la cuestión.

Un primer aspecto lo entenderá el lector fácilmente desde estos lares de la partidocracia, donde los diputados no son sino piezas al servicio de la voluntad de los líderes de los partidos. Eso no ocurre en Reino Unido. Allí los representantes del pueblo representan más verdaderamente la voluntad general. Esto produce resultados parlamentarios en ocasiones sorprendentes y, casi siempre, mucho mejor orientados al bien común.

El dogma liberal, que lleva impuesto a sangre y fuego en las sociedades occidentales más de medio siglo, se resquebraja, y lo hace por sus propias contradicciones. El liberalismo que triunfa hoy es el de Trump en Estados Unidos o el de Milei en Argentina, que son mucho más antiliberales que liberales

Por otro lado, lo he explicado ya en otros artículos, el dogma liberal, que lleva impuesto a sangre y fuego en las sociedades occidentales más de medio siglo, se resquebraja, y lo hace por sus propias contradicciones. El liberalismo que triunfa hoy es el de Trump en Estados Unidos o el de Milei en Argentina, que son mucho más antiliberales que liberales. O, dicho de otro modo, son solo liberales en lo económico (el mercado es sagrado). Su temible utopía es una sociedad en que el Estado no existe (y, por tanto, tampoco el ya precario estado de bienestar que tenemos) y el dinero lo decide todo con su mágica mano invisible.

Mientras se prohíbe el tabaco en la cuna del liberalismo mundial, en otras democracias homologables, ni siquiera la ex izquierda (anclada en el adolescente «prohibido prohibir») se plantea erradicar los apartamentos turísticos para que nuestros jóvenes puedan comprarse una vivienda digna, o el uso de móviles en menores para protegerles de la selva de internet (respecto a esto último, el muy liberal Macron ha encargado un informe en Francia cuyos resultados son modélicos y exportables).

Prohibir es bueno cuando lo que se prohíbe es malo, pero, ¡ay!, ¿cómo podemos atrevernos a caer en el moralismo de intentar distinguir entre lo bueno y lo malo en esta España tan liberal en la que el Gobierno de Sánchez afirmaba durante la pandemia que lo más importante era la responsabilidad individual?n

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