Contra de sexta

Egiptanos

Rosa María Garzón Íñigo

No les conocemos y me pregunto si realmente queremos. Están cerquita, aunque lo suficientemente lejos para hacer su vida libremente, en la medida de lo posible, aun dentro de la comunidad paya.

Son los gitanos y, en torno a ellos y su origen existen tantas leyendas como la imaginación alcanza, lo que contribuye a mantener ese halo de misterio mágico que les envuelve y que, demasiadas veces, bajo miradas prejuiciosas les ha perjudicado más que beneficiado.

Su cultura es tan rica que, si nos acercáramos a ella, aunque sólo fuera por mera curiosidad, estoy segura de que su peculiaridad nos sorprendería gratamente.

La histórica e injusta persecución a la que se les ha sometido por su forma de ser y entender la vida, su resistencia a igualarse y someterse al orden impuesto establecido, así como sus costumbres diferentes a las mayoritarias normativas, transcurre desde el exterminio, encarcelamiento y separación familiar para evitar su reproducción, pasando por detenciones y acusaciones de brujería, hasta nuestros días, cuando se mantiene un rechazo muchas veces evidente, otras soterrado y sutil, producto del racismo estructural social, tanto latente como manifiesto.

En 1726, Felipe V promulga un decreto que designa a Plasencia (junto a Trujillo y Cáceres) ciudad de acogida para los romaníes, obligada a abandonar su nómada vida, fijar su residencia en alguna de las tres y otorgarles un despacho de vecindad como el resto de ciudadanos. Y, tras incumplirse, en 1745, Fernando VI, promulga otra orden dándoles un plazo de quince días para asentarse, si no, serían considerados bandidos públicos y se les mataría, sin más. Para rematar, en 1749 utilizó la Gran Redada o Prisión general de gitanos, para exterminarles soportando condiciones infrahumanas. Como vemos, no ha sido fácil para ellos.

El próximo ocho de abril se celebra el Día Internacional del Pueblo Gitano, por el que se están llevando a cabo diversos actos con manifestaciones propias de su cultura y tradiciones. A la vez que su lucha continúa, ahora por lograr cambiar y mejorar sus condiciones laborales con la reubicación del mercadillo semanal placentino, cuyos trámites burocráticos están tardando más de lo deseado, a pesar de demostrar una sana simbiosis ciudadana cada martes desde hace siglos.

Si bien es cierto que existen claros signos de integración en general, es un proceso lento que manifiesta lo mucho que aún queda por hacer para ser iguales sin perder su identidad. Pues la igualdad plena conlleva la aceptación de lo diferente y nos cuesta tanto adaptarnos.

Deberíamos de cuidar mejor a quienes forman parte de nuestra historia, demostrando que la convivencia entre pueblos y razas diferentes es posible. Desechar estigmas discriminatorios innecesarios, que ponen palos en las ruedas de sus carros y recordar que en cualquier época, pueblo y lugar siempre ha habido, hay y habrá buenos y malos.