EL AYUNTAMIENTO LE ACABA DE DEDICAR UNA CALLE

Juana, una vida entre churros en Plasencia

Hasta los 82 años ha estado Juana González Iglesias al frente de la churrería La Placentina

El negocio va ya por la cuarta generación y es un referente, por su trabajo manual y un trato en el que los clientes son «familia»

Juana posa junto a la freidora de churros de La Placentina, en Plasencia.

Juana posa junto a la freidora de churros de La Placentina, en Plasencia. / TONI GUDIEL

Raquel Rodríguez Muñoz

Raquel Rodríguez Muñoz

La churrería La Placentina es una extensión de Juana González Iglesias. A sus 87 años, cada día, sobre las seis de la mañana, acude a por cuatro churros para desayunar. Hace solo cinco años, con 82, que dejó de estar al frente del negocio al que ha dedicado su vida, pero no se ha descolgado, ni mucho menos. Primero, porque vive justo encima y, segundo, porque ha pasado el testigo a sus dos hijas, una nieta y un yerno.

«Ella está siempre pendiente del funcionamiento de la churrería», explica su hija Iluminada Sánchez. Fue en 1967 cuando le compró el local a su padre. Entonces, «no sabía hacer masas» porque, hasta ese momento, se había dedicado a despachar y atender a la clientela.

Pero Juana aprendió «sobre la marcha» y el trato que siempre dio a sus clientes hizo que se convirtieran en amigos y familia. «Esto es como un confesionario. Mucha gente viene a hablar con alguien que le escuche y mi madre siempre se quedaba escuchándolos». Además, no dudaba en regalarle algún churro a quien veía que lo necesitaba y por eso también son muchos los que la quieren y aprecian y al contrario también.

«Seguimos manteniendo clientela antigua y también a los hijos de esos clientes. Los hay del País Vasco o Cataluña, que vienen de vacaciones y estamos pendientes de ellos. También han venido antiguos militares cuando han pasado por aquí y todo eso te llena de orgullo», afirma Iluminada.

Juana, en su churrería de Plasencia, en una foto antigua que le regaló un cliente.

Juana, en su churrería de Plasencia, en una foto antigua que le regaló un cliente. / TONI GUDIEL

Justo ahora, el ayuntamiento acaba de dedicarle la calle donde se ubica la churrería.

Fue en el año 1952, en plena coronación de la Virgen del Puerto, cuando su padre comenzó a vender churros en el parque. Habían pasado por la muerte de su madre cuando Juana no llegaba a los diez años y, aunque su padre tenía una frutería en la calle del Sol, «todo se les vino abajo».

Juana, la mayor de cinco hermanas, y una de ellas tuvieron que trabajar sirviendo en casas y, antes de irse al colegio, repartían churros en cestas a los clientes.

Recuerda a los militares del regimiento, que han llegado a comprar 3.000 churros a la semana y también a las internas de los colegios San José y Madre Matilde. Iluminada subraya que Plasencia es una ciudad donde se comen «muchos churros» y, de hecho, explica que, hoy en día, todos los bares tienen.

Trabajo artesanal en la churrería La Placentina

Juana se casó con 21 años y pasó una temporada en Navaconcejo, donde tenían fincas y también en la casa familiar abrieron una churrería.

Ya de vuelta en Plasencia, su padre adquirió el local de la calle Rincón de Ovejero donde está la churrería y allí estuvo trabajando hasta que su padre decidió dejarlo para montar un bar y la compró junto a su marido.

Aunque se ha ido modernizando, a Juana y sus hijas les gusta «que el trabajo sea manual, no nos gustan las máquinas». Por eso, continúan haciendo los churros de manera artesanal. Eso sí, de la freidora de leña con la que empezó su padre han pasado a otra más actual.

Juana ha seguido haciendo churros «hasta que ha podido». Más de 20 millones calculan que habrán hecho desde que sus padres se pusieron al frente. A pesar de ser un trabajo «sacrificado», Juana ha sido «muy feliz» en su churrería y, cuando se le pregunta por un deseo, sonríe y solo pide que La Placentina siga abierta muchos años más.

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