«Somos un sitio donde se ofrece muchísimo más que un menú», asegura la educadora social

El nuevo retrato de la pobreza en Cáceres

El comedor social La Milagrosa da cobertura a 100 personas. Abierto hace tres décadas, sus 11 religiosas y 13 trabajadores atienden ahora a un perfil muy distinto: gente que no llega a fin de mes o que ha perdido su empleo

Una de las usuarias. Milagrosa Albuernez, de 64 años, ayer en el comedor.

Una de las usuarias. Milagrosa Albuernez, de 64 años, ayer en el comedor. / CarlaGraw

Son las doce del mediodía y ha llegado el turno de la comida. Decenas de personas que esperaban en la puerta entran por orden al comedor social La Milagrosa de las Hijas de la Caridad en Cáceres, situado en la calle Adarve del Cristo, donde les espera una bandeja con dos platos calientes y un postre. Así lleva siendo desde hace casi tres décadas, cuando comenzó este servicio. El centro da de comer a alrededor de unas 100 personas, una cifra que no ha hecho más que aumentar a lo largo de los años. 

«No sé cómo estaríamos si esto no existiera. Aquí solo se viene por mucha necesidad, nadie por gusto. Se come genial y nos tratan muy bien», indica Milagrosa Albuernez, usuaria del comedor social. Con 64 años, vino de Cuba hace seis meses. «Mi país presenta grandes contrastes económicos donde las clases bajas y medias lo tienen complicado para encontrar salidas profesionales», lamenta la usuaria.

Personal de La Milagrosa, con Sor Teresa Coto al frente.

Personal de La Milagrosa, con Sor Teresa Coto al frente. / CarlaGraw

Ella dispone de estudios y ha desempeñado varios trabajos «pero quería cambiar de vida, progresar económicamente. Estoy buscando un oficio de lo que sea. Vivo en un pisito alquilado por cinco personas, en una pequeña habitación», explica. Tras hacer frente al alquiler y a algún otro gasto imprescindible, no le queda más remedio que tirar de la beneficencia para poder comer. 

Milagrosa cuenta que tiene dos hijos en Cuba y espera verlos pronto. Pero que, de momento, va a estar en España «solita», aunque no descarta que acaben viniendo en un futuro a la capital cacereña. Albuernez, un jueves cualquiera a mediodía, está comiendo en las llamadas colas del hambre. Agarra la bandeja donde viajan una ración de sopa de tomate, pescado frito, pan... y dice con convicción: «Ahora voy al comedor social, porque estoy con una mano delante y otra detrás, aunque espero encontrar un trabajo muy pronto».

Los motivos

Las pensiones bajas y la subida generalizada de precios forman un binomio preocupante para numerosas familias de la ciudad. Muchos pensionistas no pueden estirar sus ingresos hasta que vuelven a cobrar y se ven obligados a recurrir a los comedores sociales. Su liquidez cada vez dura menos tiempo con los precios desbocados de la electricidad, el gas y los productos de primera necesidad. «Llegan recibos de luz o del combustible que nos dejan boquiabiertos. Cada vez vienen más personas que disponen de un hogar donde vivir, pero que no tienen dinero suficiente para comer, gente que vive en la calle o que ha estado en la cárcel, toxicómanos, inmigrantes latinos...», asegura Sor Teresa Coto, directora de La Milagrosa.

Ocurre que, además, hay gente que no puede acudir al comedor; hablamos de niños, jóvenes, mayores, personas que viven solas, que están impedidas, discapacitados... y que precisan de una cobertura urgente. «Confiamos que a partir de marzo este operativo un servicio de comida a domicilio», apunta Sor Teresa, que lidera una congregación formada por 11 hermanas, a la que se unen 13 trabajadores repartidos en los diferentes servicios de la institución. Igualmente, Coto destaca la imprescindible labor de los voluntarios, así como «el apoyo -narra- de entidades locales y empresas de nuestro entorno que aportan con su colaboración una ayuda excepcional». 

Trabajadoras preparando la comida en la cocina del comedor social.

Trabajadoras preparando la comida en la cocina del comedor social. / CarlaGraw

Contar con un plato caliente a diario sin coste alguno supone un balón de oxígeno para estos ciudadanos, que apenas puede subsistir económicamente. Para aliviar y evitar sentimientos como «que mal me siento por venir al comedor», aquí existe una norma clara: no se hacen preguntas a quien llega a comer por primera vez. ¿Por qué? «Porque a más interrogantes, menos vienen por el simple hecho del qué dirán, y que estén en la calle o en sus hogares sin comer es algo muy grave. Siempre tratamos de tú a tú a los usuarios, con empatía y con respeto. Es un sitio donde se ofrece mucho más que un menú», responde Carmen Fernández, educadora social del centro. 

Voluntarios que colaboran.

Voluntarios que colaboran. / CarlaGraw

De ahí la importancia que tiene este lugar, donde hay usuarios que llevan desde hace años utilizando sus servicios. El menú semanal se elabora dependiendo de los ingredientes con los que cuenten –la mayor parte de los alimentos llegan de Mercadona y también hay donativos–. «Damos salud a las personas. Sirvo comida, pelo patatas, hago postres... ayudo en lo que haga falta junto al resto de compañeras y voluntarios. Después de comer se les entrega una bolsa con un bocata, fruta y yogures para el resto del día», concluye Joaquina Sánchez, la responsable de cocina. La jornada termina, mañana de nuevo aliviarán la cola del hambre.