TRIBUNA

Bajar a la plaza (Mayor)

Ya los catovis de Maltravieso paseaban con un fin: encontrarse con otros catovis 

Plaza Mayor de Cáceres.

Plaza Mayor de Cáceres. / EL PERIÓDICO

Antonio Sánchez Buenadicha

Antonio Sánchez Buenadicha

Entre las costumbres de los catovis hay algunas que son dignas de alabanza e imitación. La más destacable: pasear; esa actividad tan placentera que no necesita tener el colesterol alto, ni las grasas, ni ser diabético, ni ninguna prescripción médica para ser practicada, porque está en su ADN desde tiempos inmemoriales. Pues ya los catovis que habitaban en Maltravieso paseaban. Naturalmente, tiene una finalidad: encontrarse con otros catovis que llevan a cabo el mismo entretenimiento en los mismos lugares y charlar de lo divino, el Buda y la Virgen de la Montaña. Y lo humano, el ayuntamiento... 

Yo me apunté a ese entretenimiento desde pequeño (dicho en catovi: chiquinino) y he procurado bajar hasta la plaza siempre que he podido. Hace unos años había días en que no pasaba de Cánovas, pues en el pequeño trayecto desde mi casa hasta la Chicuela me encontraba con varios catovis con los que comenzaba una charla que se prolongaba mucho tiempo.

Y si nos juntábamos tres o más formábamos una conferencia que duraba horas. ¿De qué hablamos? Pues de que su hijo es más listo que el tuyo, de que su suegra está malita, la pobre, y del olvido en el que el ayuntamiento tiene a su barrio. Pero desde hace unos años llego hasta la plaza sin problemas, pues la mayoría de los días no me encuentro a ningún conocido; si acaso, al hijo de alguno pero no me atrevo a preguntarle por su padre porque esa pregunta a estas alturas de la vida puede tener una triste respuesta.

Hay días en los que no digo un adiós. ¿Puede ser feliz un catovi sin decir un mísero adiós? Antes de que me entre la ‘depre’ me saluda una antigua alumna o alumno que me asegura que estoy igual que siempre. Yo sé que no es cierto. Lo dicen porque no les duele nada cuando se levantan, pero a mí me duele siempre algo; afortunadamente, eso es señal de que estoy vivo. 

Sus palabras me producen grata satisfacción, me llenan de optimismo y una vez recordados los que me faltan me regocijo pensando en que lo puedo contar y con cierta coherencia y me propongo volver mañana a la plaza.