La entrevista | Antonio Martínez Floriano Nuevo mayordomo de la Vera Cruz

«Soy sincero: mantener una cofradía de siglos da vértigo, supone mucha responsabilidad»

Antonio Martínez Floriano, nuevo mayordomo de la Vera Cruz

Antonio Martínez Floriano, nuevo mayordomo de la Vera Cruz / Jorge Valiente

Antonio Martínez Floriano (Cáceres, 1977) tenía que ser cofrade sí o sí, y además de la Vera Cruz. Hay destinos que vienen fijados en los genes, y en su caso, a fuego. Nieto de Daniel Floriano y Pepi Muriel, dos familias siempre tan unidas a la Vera Cruz que durante décadas se han responsabilizado de la continuidad de una hermandad de más de cinco siglos, a Antonio se le ve siempre subido a las andas para fijar imágenes, colocar faroles, asegurar los ornamentos... Convocadas las elecciones en 2023, pensó que era el momento de «echar una mano en otras responsabilidades», si no había más candidatos. Y así lo ha hecho. Casado y con dos hijos, este veterinario de profesión afronta su primer año como mayordomo, un compromiso que, reconoce, «da vértigo». Son las nuevas generaciones que llegan a la dirección de las cofradías centenarias. 

Su tío Piti Floriano y aquella DKV de los Muriel tienen mucha culpa de todo esto…

Pues sí. Estoy en la Vera Cruz desde que tengo uso de razón. Mis abuelos maternos vivían en la plaza de Santa Clara y aquel balcón se ponía hasta arriba de gente viendo pasar las imágenes. Desde muy niños, mi tío Piti nos llevaba a los montajes. Mis primeros recuerdos los tengo comiendo un bocadillo con una Coca-Cola en el Palacio del Vino, porque Poli Muriel, el mayordomo, invitaba el Viernes de Dolores a los que habían ayudado al montaje, costumbre que se mantiene. Luego estaba aquella furgoneta DKV amarilla: nos llevaban a los niños a buscar por el campo el brezo y la escoba con la que se siguen ornamentando los pasos de la Vera Cruz. He disfrutado días y días, toda la vida, metido en San Mateo preparando los pasos.

Usted forma parte de una generación que debe pilotar la sala de máquinas de la Pasión cacereña, tomar el relevo de aquellos que la llevaron a su esplendor. Hablamos de 51 pasos en 9 días. La natalidad lleva años en mínimos y hay otras circunstancias.

Por un lado veo con optimismo la Semana Santa de Cáceres, lleva años muy afianzada y tiene su propia inercia. La continuidad está asegurada. Pero la veo también con preocupación porque no somos Zamora ni Sevilla, somos Cáceres con sus peculiaridades. Si sumamos los hermanos de todas las cofradías, vamos sobradísimos, pero lo cierto es que se repiten en muchos casos. Desde el Jueves al Viernes Santo, hay quienes se hacen dos o tres, incluso alguna procesión más, de un día a otro sin descansar. Eso se puede con 20 o 30 años, pero hay muchos cofrades de cierta edad que empiezan a seleccionar porque no hay cuerpo que lo aguante. Y se ha notado que últimamente vamos más justos. Ese es el gran reto que para mí tiene la Semana Santa.

¿Cómo se puede subsanar? Es cierto que se están incorporando numerosos jóvenes.

Dependerá de si el relevo generacional es suficiente. Creo que nos podríamos encontrar en ciertos momentos con alguna dificultad, tenemos inquietud los minutos previos a las procesiones. Pero en general soy optimista. Luego existe otro condicionante: las costumbres van cambiando y si a partir del Miércoles Santo dan buen tiempo, hay gente que se escapa a la playa.

Seguro que forma parte de ese gran grupo de cofrades que no ha olido nunca el mar entre Ramos y Resurrección…

Nunca. Es una ‘penitencia’ que tenemos en muchas familias (risas). Ni hemos ido ni creo que lo vayamos a hacer. Uno de mis hijos tenía que nacer durante la Semana Santa y yo me metía debajo de los pasos para ver el móvil por si había novedades. Al final aguantó hasta el Lunes de Pascua. Esta vez su cumpleaños cae justo este Jueves Santo y está tan contento... Lo hará procesionando.

¿Cuál fue su primer paso?

‘El Amarrado’, con mi amigo Nacho Lucero, cosas de la vida, ahora mayordomo de la Soledad. Le coges mucho cariño a las imágenes. Luego formamos un grupo con los de la misma altura y pasamos juntos a ‘La Oración en el Huerto’.

Sí, porque cuentan que, cuando Miguel Muriel le propuso ser vicemayordomo, usted solo planteó una condición: continuar cargando.

He seguido con ‘La Oración en el Huerto’ y el año pasado con ‘El Beso de Judas’. Donde haga falta. Me han dicho que este año me tocaría ir con la vara de mayordomo, pero como vea que la cosa está apretada en algún paso, me quito rápido el traje de luces y me pongo el de corto (risas). Al final lo más importante es que la gente pueda ver un año más las imágenes de la Vera Cruz en las calles, si la lluvia lo permite.

Porque en su caso, se pone al frente de una cofradía de más de cinco siglos. Eso sí debe pesar...

Efectivamente, se me pone la piel de gallina cuando lo pienso, si me preguntan soy sincero, da vértigo, es mucha responsabilidad conservar un legado de tanto tiempo. Por eso vamos a intentar hacerlo entre todos, como con los pasos: los rodeamos, los levantamos, los llevamos…Y esto no lo puede hacer ningún mayordomo ni ninguna junta directiva sin los hermanos, para esto necesitamos el turno completo. Esa es la verdadera cofradía, que no tiene sentido sin sus cofrades. Ellos son los importantes y los demás, figuras accesorias.

¿Qué le pide a la ciudad?

Que siga asistiendo a las procesiones, porque el calor y el fervor de la gente empuja a los que van cargando. También te empuja mirar hacia arriba y ver tu paso. Son esos momentos especiales…

¿Y a las instituciones?

Que apoyen en todo lo posible. Los gastos se han disparado y las ayudas son necesarias.

La Vera Cruz tiene además que cuidar cinco pasos…

Consideramos primordial la conservación del patrimonio, y eso supone un gasto importante. Cuando hay que acometer una restauración profunda, se dispara el presupuesto. Si un día llueve y se moja una imagen, hay que llamar a los restauradores rápido para que la revisen. Son tallas antiguas que sufren los cambios de temperatura y humedad de estas iglesias de tantos siglos. Hay que estar muy encima de cualquier daño o grieta para salir en la procesión con la máxima sobriedad, pero con esplendor, porque también queremos hacerla bonita para la ciudad.