el apunte

Womad: 'marca' Cáceres

Womad Cáceres en 1999.

Womad Cáceres en 1999. / FRANCIS VILLEGAS

Hay fechas y fechas. En 1992 yo solo contaba con un año de vida, pero los cacereños - y las crónicas- se encargaron de que la memoria de aquel año haya seguido viva desde entonces. Coincidió, porque el azar es caprichoso, que en una misma semana de aquel mayo la ciudad protagonizó dos momentos históricos. El primero ocupó todas las portadas. El equipo de baloncesto subió a la ACB para gloria de toda una generación y una afición que aún recuerda los días grandes. El segundo, sin embargo, ocupó las páginas interiores de local y unos tímidos titulares en las cabeceras que, vistos con perspectiva, no parecían concederle la magnitud de lo que supondría décadas después. 

Womad aterrizó en Cáceres a principios de unos noventa con aires nuevos. La ciudad, ya con el flamante título de ciudad Patrimonio de la Humanidad y uno de los iconos generacionales de aquella movida, volvía a recuperar aquel estandarte de la modernidad europea. El festival recaló con una presencia modesta en su primer año aunque con una esencia que en mayor o menor medida se ha mantenido desde sus comienzos. Mucho ha llovido desde las primeras ediciones que sumaban menos de 10.000 personas hasta las que ha protagonizado la cita tras la pandemia con cifras que han llegado a sumar 150.000 asistentes. En esa relación, como ocurre en todas, la marca y la ciudad han vivido sus altibajos, pero siempre con la certeza de que los lazos que se habían entretejido eran más resistentes que las diferencias, desde el ruido hasta el botellón. 

Si algo ha dejado más que acreditado durante tres décadas es que Womad forma parte de la identidad de la ciudad. Es ‘marca’ propia. Entre las certezas que ha ofrecido año tras año se encuentran, en primer lugar y con seguridad su secuela más duradera en el tiempo, es que ha contribuido a moldear una ciudad más diversa y plural. Y no solo desde el plano musical. La visita en el escenario de artistas de todos los continentes ha servido, sin ninguna duda, para que los cacereños hayan enriquecido su espectro de sonidos y de culturas de todos los puntos del planeta. En tres días, la ciudad podía llegar a viajar a Asia, África y América y recorría Europa. Esta experiencia ocupaba el interés -y la estética también los primeros años- durante un fin de semana pero los posos, que son los que construyen a la sociedad, se mantenían durante todo el año. Womad se presentó como una oportunidad para abrirse al mundo y así lo hace desde hace treinta años, salvo en las ediciones que se perdieron a causa de la pandemia. Este año, salvo cambio de última hora, volverá a hacerlo en apenas un mes. 

Otra de sus grandes certezas es que es fuente de empleo. Como cualquier actividad de la industria cultural, genera puestos de trabajo de forma directa, desde los técnicos del montaje, sonido, iluminación, seguridad y logística hasta los propios artistas que conforman el cartel.. Parece necesario recordar aquí que un festival no está conformado solo por las bandas sino por el amplio equipo que trabaja sin descanso sobre el terreno. También genera beneficios de forma indirecta, en hoteles y la restauración, ambos pilares de una ciudad que ha convertido el turismo en bandera. 

Ahora, entre todas esas certezas que suma puede añadir una nueva aspiración, la de convertirse en baza internacional para que Cáceres sume puntos de cara a la candidatura de ciudad cultural europea en 2031 para que, con suerte, esta se convierta en otra fecha para recordar. 

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