Opinión | Comprendiendo la realidad

Cataluña y la nueva ley de la vergüenza

Ellos, los que tanto lloran, han forjado dividendos comunes a precio de diputado nacionalista

Carles Puigdemont.

Carles Puigdemont. / EL PERIÓDICO

En estos días, nuestro país esta revuelto por una nueva ley; una de las regiones que componen el Estado se siente con el derecho a salirse del espacio político común y por ello las leyes que nos gobiernan a todos sancionaron su comportamiento. Con el eslogan “tenemos derecho a decidir” legitiman un sentimiento de ser otra cosa que no es la España conocida. Relatan que la historia de los libros ha sido impuesta por la fuerza del poder, desde el franquismo reciente hasta el comienzo del reinado de Isabel y Fernando; lo uno y lo otro –quinientos años continuados- ha forjado un no queremos. Tantos años sufriendo, señalados con sangre y lágrimas cada minuto malvivido en matrimonio obligado. Cataluña ha cimentado su relato de identidad en este tiempo de angustia hasta decir BASTA: liberémonos del yugo, del dolor acumulado, de la bestia que devora a nuestros hijos de esta patria verdadera revestida de bandas rojas y amarillas. 

Hasta aquí el discurso afectivo –ausente de razón si cabe- que encendieron las calles de Barcelona y otras ciudades catalanas. De ser esto cierto, debemos seguir diciendo que este “sufrimiento acumulado” está padecido con la tripa llena, con las mejores escuelas del Estado, con los mejores hospitales de esta patria común, con las mejores universidades de esta nuestra España, con el mejor tejido productivo, las mejores infraestructuras, con los mejores lugares de ocio y cultura del que dispone el territorio común forjado entre todos, los de ahí y los que llegamos a enriquecer este relato enlagrimado. Ellos, los que tanto lloran su desconsuelo, han forjado dividendos comunes a precio de diputado nacionalista, siempre necesario para acumular mayorías y aún más si cabe en esta legislatura; ellos siguen dirigiendo las empresas de los trabajadores extremeños, andaluces, castellanos, manchegos y de tantos otros lugares, y para vivir con ellos debimos esforzarnos en escuchar y aprender su idioma a pesar de entender el nuestro. 

Os habéis hecho grandes con el esfuerzo –por no decir el sufrimiento- de todos nosotros, con esa España a la que maldecís en tiempo de crisis y en cualquier tiempo. ¿No es acaso verdad que es el bolsillo lo que importa? ¿Que esa es una rebelión de los que antes llamábamos ricos? De no ser así déjenme pedir perdón, mas creo que lo dicho es cuanto menos la verdad de la mayoría que somos los que aún creemos en España, en un lugar común para vivir eficazmente el presente y el futuro. Este pasado conjunto nos ha permitido llegar hasta donde estamos, comparativamente mejor que muchos otros pueblos de la Aldea Global; queda por acercarnos al futuro que de estar divididos nada bueno puede albergar. El sueño de seguir vivos ha de pasar por lo que siendo hasta ahora común ha de seguir siéndolo. Espero que seamos capaces de relegar la locura al aislamiento que siempre ha sido su lugar, no al de las sociedades en las que ondea la bandera de la razón como estandarte; en esta última es en la que quiero vivir junto a mi mujer y mis hijos. ¿Nos ayudará la nueva ley llamada ya de “la vergüenza”? ¿Esa que dice unir a los pueblos de España? El futuro lo dirá, pero desde estas líneas aventuro que no.

*Filósofo, sociólogo y antropólogo.

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