20 años de los ataques yihadistas en Madrid

La dolorosa huella del 11-M en Extremadura

Al menos tres personas de la región o descendientes fueron asesinadas en los atentados

Los servicios de emergencias en el lugar del atentado.

Los servicios de emergencias en el lugar del atentado. / El periódico

M. López

Eva Belén Abad Quijada se despidió de su padre en su casa de Coslada, una localidad en el extrarradio de Madrid, sobre las siete de la mañana del 11 de marzo de 2004. "¡Hasta luego, papi", escuchó Ponciano, confiando en la vuelta al final de la jornada. Como cada mañana, se subió al tren que hubiera debido dejarla en Atocha y, desde allí, a Chamartín. Trabajaba en la administración de lotería de la estación, aunque su ilusión era el campo de la estética, estaba estudiando y quería especializarse en maquillaje artístico. Poco más tarde de las 7.30 de aquella aciaga mañana, los sueños de Eva saltaron por los aires. Murió al estallar una de las bombas instaladas por los terroristas, colocada en una de las mochilas abandonadas por los asesinos, muy cerca de donde se había sentado, donde se sentaba siempre.

El tren ya enfilaba los últimos 500 metros para entrar en Atocha por la calle Téllez. Junto a ella murieron otros 63 pasajeros. Los vecinos de la zona corrieron en ayuda de los heridos, no dudaron en utilizar mantas sacadas de sus viviendas en el barrio de Pacífico para arropar también a los fallecidos. Hoy, una placa recuerda la solidaridad de la ciudadanía en plena masacre.

Los servicios de emergencia recibieron ese día más de 200 llamadas desde Extremadura en busca de noticias de sus seres queridos"

Eva tenía 30 años y era la mayor de cuatro hermanos. Uno de ellos, Alberto, se lastimó el brazo al golpear la pared del pabellón de Ifema donde los familiares de las víctimas se concentraron, rumiando que los apresurados adioses de la mañana se habían convertido en definitivos. Las cenizas de Eva fueron aventadas en la rivera del Bronco, en Cáceres. Allí se mezclaron con el arroyo, pequeño y ruidoso, que juega entre las piedras del abrupto paisaje, como lo hacía ella en la niñez, de vuelta a la tierra de la que salieron sus padres en busca de mejores oportunidades.

100.000 extremeños en Madrid

En Madrid residen cerca de 100.000 extremeños, muchos de ellos en el corredor del Henares por donde atraviesan las vías de las líneas de cercanías que sirven de arteria de conexión con el centro de la gran urbe. La ciudad de aluvión, que recibía a tantos emigrantes de la España más pobre sin preguntar por el origen de quienes ayudaban a modernizarla y ponerla en pie, devolvía ahora los ecos de dolor que se extendían sin remedio por la comunidad extremeña. Los servicios de emergencia recibieron ese día más de 200 llamadas desde Extremadura en busca de noticias de sus seres queridos. Muchos intentaban comunicar con ellos repitiendo sin cesar llamadas al móvil confiando en que cualquier imprevisto hubiera alterado la atareada rutina de un día de diario en la gran capital y les hubiera puesto a salvo.

Imagen de cómo quedó uno de los trenes después del atentado.

Imagen de cómo quedó uno de los trenes después del atentado. / EL PERIÓDICO

Juan Alberto Alonso Rodríguez

En Aluche, los padres de Juan Alberto Alonso Rodríguez repetían esa llamada sin encontrar respuesta. Lucas Rodríguez y Vicenta Alonso habían abandonado Santiago de Alcántara años atrás, pero seguían muy unidos a su pueblo de apenas 800 habitantes, que mostraban su estupor y su pena con la noticia. Juan Alberto, nacido en Extremadura, también representaba el éxito de la segunda generación de emigrantes. Solo cinco meses atrás había obtenido una plaza como administrativo en la Tesorería General de la Seguridad Social. Y hacía tres meses que se había convertido en padre de una niña española, Sara, al que su esposa y él habían adoptado. Ese 11 de marzo el matrimonio volvía a tener una cita importante: un psicólogo debía evaluar su idoneidad para iniciar el proceso de adopción de un hermano para Sara. Juan Alberto Alonso viajaba en el tren que estalló en la estación de Atocha, el primero, a las 7.37 horas. Resultó herido, fue trasladado al Hospital de La Princesa. Cuando llegaron hasta allí sus padres supieron que había fallecido. Fue enterrado en Alcorcón, el pueblo de Madrid donde residía con su esposa y su hija.

Los extremeños donaron sangre. Solo en Cáceres fueron 50.000 personas las que salieron a la calle en la manifestación más numerosa que se recuerda"

Daniel Paz Manjón

Historias entrelazadas de personas que se levantaban cada día solo con las preocupaciones cotidianas: conservar un trabajo, llegar a final de mes, que el resultado de la visita al médico quede en un susto, estudiar, como lo hacía Daniel Paz Manjón, el hijo de una placentina, Pilar Manjón, cuyo indignado discurso frente a los displicentes diputados del Congreso es difícil de olvidar. "¿De qué se ríen?". 

Daniel se dirigía desde Vallecas hasta la Universidad Politécnica de Madrid, donde estudiaba segundo curso de INEF. Era un apasionado del deporte, jugaba en el Club Deportivo Colonia Moscardó. Sobre su mesilla de noche dejó un libro casi terminado con una marca azul, El Proceso, de Kafka. Perdió la vida en el cuarto vagón del tren que estalló a las 7.38 en la estación de El Pozo.

Eva Belén, Pilar y Juan Alberto.

Eva Belén, Pilar y Juan Alberto. / El periódico

Trabajar, arreglar los papeles para convertirse en español de pleno derecho, ir a clase. Esas era las únicas guerras en las que los viajeros de las líneas C-1 y C-2 batallaban a diario. Los terroristas de Al Qaeda pusieron trece bombas de las que estallaron diez. Entre las 7.37 y las 7.39, cuando los trenes se encontraban en las estaciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia, y frente a la calle Téllez, diez de las bombas estallaron matando a 193 personas murieron y dejando a 1.500 heridas, muchas de ellas con secuelas de por vida. Fue el atentado terrorista más grave de la historia de Europa. Por un instante, el dolor pareció unir a un país acostumbrado al enfrentamiento.

Los extremeños donaron sangre. Solo en Cáceres fueron 50.000 personas las que salieron a la calle en la manifestación más numerosa que se recuerda. Luego vendría la fractura que, 20 años después, se agrava. La herida sigue sin cicatrizar y los vivos aún añoran los abrazos perdidos de aquel 11 de marzo.

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