Opinión | Lluvia fina

Palabras insostenibles

Las palabras a veces pierden también su valor de tanto usarlas

Palabras insostenibles.

Palabras insostenibles. / El Periódico

Se nos rompió el amor de tanto usarlo», cantaba una Rocío Jurado siempre empoderada por la fuerza de su voz y su rotunda presencia en los escenarios.

Como el amor de «la más grande», las palabras a veces pierden también su valor de tanto usarlas, de abusar de ellas para hacer onmipresentes unos conceptos y crear intencionadamente una sensación de realidad que no suele ser tan real.

Hubo una consejera de Cultura en la Junta de Extremadura que todo lo que planteaba era desde el prisma de la excelencencia, un término que llegó y se fue con ella, en su caso convertido al final en una simple coletilla que de tanto repetirse, dejó de ser por completo excelente en su significado. 

Es el vacío semántico, la banalización en la que caen las palabras a base de ser manoseadas, como el adjetivo «sostenible», tan abstracto, tan general y tan reiterado para todo que ya ni siquiera se sostiene. 

Es la forma que tienen de utilizarnos y tranquilizarnos empresas y gobiernos. Todo es sostenible, los territorios, la economía, el desarrollo, la cultura, la sociedad y hasta la fiesta, el jolgorio o la muerte puedan llevar añadida esa etiqueta.  

Se trata de la gran mentira para hacernos creer que vamos a ser capaces de asegurarle un futuro en este planeta a las generaciones que nos sucederán, como el fumador que consume dos cajetillas diarias y tiene los pulmones calcinados, pero se autoconvence de que todo se solucionará fumando un poco menos y aplazando al futuro el abandono definitivo de su adición.

Todos aceptamos el distintivo de sostenible porque nos ayuda a vivir con menos miedo y también con menos remordimiento, como una especie de mantra desvirtuado que tendiese a conjurar, más desde la magia que desde el compromiso real y la acción, esa amenaza terrible, visible y tangible del cambio climático. 

En ese universo de la sostenibilidad, presente hasta en la sopa, hay conceptos que van por el mismo camino de morir en el intento a fuerza de tanto cacarearse, de convertirse en meros rótulos y formalidades. Es, por ejemplo, esa «economía verde y circular» tan anunciada y publicitada con sus cuatro palabras que corre el riesgo de perder toda la credibilidad y quedar hecha un trapo.

Si todo es sostenible, si todo es economía verde y circular, como pretenden hacernos creer, no deberíamos preocuparnos por el modelo de desarrollo que tenemos y tendremos durante muchos años y todos sabemos que desgraciadamente no es así, que no estamos haciendo las cosas bien y que el tiempo se nos echa completamente encima. 

Al final, en el lenguaje, las palabras marcas, las palabras patrocinadas, desvirtuadas, aborrecibles, insostenibles, pierden frescura y la fuerza de su significado para quedar relegadas a una mera muletilla que sabemos que se va a añadir porque publicita bien.

Del uso fraudulento del lenguaje sabe mucho la industria alimentaria. Todo es natural, digestivo, sin conservantes ni colorantes, con vitaminas y minerales, fuente de fibra y salud, aunque sea un conglomerado procesado petado de azúcares y en realidad bastante poco saludable.  

Pero si hay algún colectivo experto en retorcer el lenguaje, en inventar y generalizar términos nuevos, esa es la clase política, que «implementa», como ellos mismos acostumbran a decir, todo tipo de eufemismos para enmascarar y suavizar la realidad. 

Así, unos y otros, usan el verbo reestructurar cuando muchas veces significa recortar o dicen externalizar cuando se refieren a la privatización de determinados servicios públicos.

Se trata de la gran mentira para hacernos creer que vamos a ser capaces de asegurarle un futuro en este planeta a las generaciones que nos sucederán

Allá por finales de los años 80, mientras yo empezaba en esto del periodismo, mantuve una conversación con el gran lingüista Fernando Lázaro Carreter, quien me aconsejó tratar de escribir siempre como se habla y tirar a la basura todo ese batiburrillo de expresiones que no aportan nada a la redacción y nunca se utilizan en el lenguaje hablado.  

Por eso, la mayoría de las palabras que pierden su valor por el abuso pertenecen a ese lenguaje impostado que nunca es el que usa la gente de la calle, que cuando quiere decir que algo es sostenible dice precisa y claramente que no ensucia o no contamina, sin dejar lugar a ninguna duda ni vericueto. 

En este contexto y en el ámbito del lenguaje con todo su sentido, un término, el de «vendehúmos», expresa hasta gráficamente su significado y es que al final, cuando te venden mucho humo, hasta el más tonto llega a reconocer que lo que le están vendiendo no es otra cosa que precisamente eso: humo. Es la riqueza y el valor del propio lenguaje, tan vivo que, de puro hartazgo, puede llegar a vaciar de significado a las palabras y convertirlas en un harapo raído, inútil e inservible.

*Periodista

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