Opinión | Encerdo y clarión

Oda a la inmortalidad

Permítanme la licencia, esta vez, y por hechos que me hicieron reflexionar, de no hablar de temas docentes, aunque sí hable de docentes, tampoco de la actualidad, aunque sea reciente; de temas sociales, aunque ataña a la sociedad; de sentimientos, aunque se sienta; del cielo y la tierra, aunque en ocasiones no se distinguieron; o de la vida misma, aunque sea de toda una vida, incluso de la muerte; aunque como decía el escritor y poeta Jerzy Lec, el primer paso para la inmortalidad, es precisamente ese, la muerte, esa inmortalidad siempre deseada y alcanzada por y para propios pero en ocasiones también para extraños.

"Todos seremos inmortales, pues todos dejamos huella en aquellos que nos rodean

Dicen que los docentes, especialmente los maestros, por la sencilla razón de que al menos todos tuvimos una primaria o enseñanza básica, y especialmente los de la escuela pública, por la sencilla razón de que puedes dar miles de vidas en distintas localidades, regiones o incluso países, merecen la inmortalidad, pues como decía Einstein, nosotros, los mortales, logramos la inmortalidad en las cosas que creamos en común y que quedan después de nosotros, en el caso de los docentes, nuestros alumnos, pero también aquellos y aquellas que nos enseñaron cualquier otra cosa, lecciones de vida, a reír a llorar, a ser, a estar, a bailar y especialmente cantar.

Cantos que conforman en su conjunto una gran familia, a la que sólo unen el trabajo, la perseverancia y la lucha por fortalecer los lazos que unieron y que más allá de aquellos que sonarán en el cielo y la tierra nos recordarán a aquellos que a su manera alcanzaron la inmortalidad.

Todos seremos inmortales, pues todos dejamos huella en aquellos que nos rodean, y lo único que podemos intentar es elegir cómo pretendemos que recuerden esa inmortalidad. 

No es tan difícil, basta con repartir sonrisas, empatía, ejemplo y sentido del humor, tomándote la vida como si fuera un caramelo, el que recibes sin envoltura y el que deben desenvolver a quienes los regalas, sin importar clases o posiciones, desde una pequeña localidad como pudiera ser Calzadilla, pasando por Alemania o Tánger, siempre acompañado de esa inseparable actitud modesta que caracteriza a las grandes personas.

Es por ello que permítanme que extraiga dos fragmentos del poema de William Wordsworth, que da título a este artículo, Oda a la inmortalidad, y aunque pueda aplicarse a multitud de ocasiones y personas, es especialmente recordado cuando además de la belleza deja un dulce aroma a caramelo de piñones y melodías corales: «Aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo. En aquella primera simpatía que habiendo sido una vez, habrá de ser por siempre; en los consoladores pensamientos que brotaron del humano sufrimiento, y en la fe que mira a través de la muerte». 

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