Opinión | Nueva sociedad, nueva política

No es fin de ciclo, es fin de época

El castigo electoral para el PSOE ha supuesto una pérdida del 16% de los votos

Pedro Sánchez en campaña electoral.

Pedro Sánchez en campaña electoral. / Jero Morales

Se dijo aquí el 17 de abril: «Si todo transcurre normalmente es muy probable un gobierno PP-VOX en Extremadura tras el 28-M». En aquel artículo desarrollé cuatro anomalías para que el PSOE pudiera seguir gobernando: 1) La absoluta irrelevancia de los partidos regionalistas; 2) Que la derecha no avanzara o lo hiciera discretamente; 3) Que el PSOE bajara menos del 10%; y 4) Que Unidas Podemos quedara casi intacto.

Dije entonces que cada una era difícil en sí misma pero que las cuatro, simultáneamente, lo eran aún más. La clave ha sido, sin duda, la caída del PSOE: el castigo electoral no se ha situado, como auguraban las encuestas, entre el 1% y el 5%, sino que ha supuesto una pérdida del 16%, entre el 12% de las autonómicas andaluzas y el 25% de las castellanoleonesas, según adelanté. 

No se debe cometer el error de soslayar los otros factores. Los partidos localistas no han conseguido representación parlamentaria —análisis profundo merece la dificultad de estas formaciones para calar en Extremadura, con la falta que hacen—, pero no se puede perder de vista que han sumado 28.199 votos, cuatro veces más que en 2019; esos votos han salido de algún sitio, siendo determinantes en el resultado final. Es una buena prueba de que en política jamás hay que despreciar nada ni a nadie, porque puede hacer el daño justo para acabar contigo, por frágil que sea o parezca. 

Lo mismo puede decirse del crecimiento de la derecha, conjuntamente. No ha sido espectacular, pero el 9% va más allá de lo discreto, por emplear el mismo adjetivo que utilicé en mi análisis del mes pasado. 

La única de las cuatro anomalías que se ha producido tal cual, es la resistencia de Unidas Podemos, si bien rozando el larguero. En el artículo del 17 de abril, elaborando datos de varias encuestas, cifré en 6.836 votos los que separaban al partido morado de mantenerse o salir de la Asamblea, y casi queda clavado, pues, aunque más justos aún, finalmente han sido 5.955. Se ha salvado por un 0,98%, perdiendo nada menos que el 18% de su capital electoral, en la línea que presagié. Aún así, han resistido mejor que en otras comunidades autónomas, y este debería ser un importante e interesante elemento de análisis para el futuro. 

En cuanto al estudio de fondo de los resultados, tendremos tiempo para desarrollarlo de manera más sosegada, concreta y con matices. Pero algunos datos hablan por sí mismos. 

El PSOE ha obtenido el cuarto peor resultado histórico a nivel nacional en unas municipales, casi calcado al de 2011, que meses después derivó en la mayoría absoluta de Mariano Rajoy; porcentualmente (28,11%) se sitúa incluso por debajo de 1979 (28,17%). En Extremadura es el peor resultado en municipales desde 1979 y el peor en autonómicas en este periodo democrático; no en vano, de los 45 procesos electorales desde 1977 (contando todos), los dos del 28-M están entre los 13 peores (9º peor el de autonómicas y 13º peor el de municipales). 

Es evidente que no se trata de un problema entre partidos, sino un gravísimo problema del bloque de izquierdas

La debacle del PSOE de Extremadura no solo no ha supuesto trasvase de votos a la otra formación que se reclama de izquierdas, sino que Unidas Podemos ha perdido aún más apoyo: un 16% el PSOE, un 18% UP. Es evidente que no se trata de un problema entre partidos, sino un gravísimo problema del bloque. Problema de tintes dramáticos al comprobar que la derecha solo sube un 9%, es decir, que no es interpretable como una masiva —e improbable— derechización. Simplemente, muchos potenciales votantes de izquierda no quieren los partidos que intentan representarles. 

Esta lectura, válida a nivel autonómico y nacional, no solo anuncia el final del ciclo sanchista —fácil de prever desde 2017 y parece que asumido con el adelanto electoral—, y el cierre ya completo del agotado ciclo del 15-M, sino, sobre todo, un cambio de época. Una fractura profunda en las motivaciones de los votantes, en las corrientes ideológicas y en las necesidades políticas. En el ámbito nacional e internacional. Un tsunami que no han sabido ver quienes llevan toda la vida viviendo de esto, a pesar de los múltiples avisos, y que abre un tiempo largo para la hegemonía política (y, sobre todo, cultural) de la derecha, y una dicotomía en la izquierda, latente desde 1989 y profundizada desde 2008, de cariz histórico, y que aún no se ha querido abordar seriamente: revolución o desaparición.

*Licenciado en CC de la Información

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