Tiempo de pactos

El entendimiento entre distintos, a veces, no es sencillo. Pero la democracia obliga a llegar a soluciones acordadas

Antonio Galván González

Antonio Galván González

Tras las elecciones llega el tiempo de los pactos. El entendimiento entre distintos, a veces, no es sencillo. Pero la democracia obliga a llegar a soluciones acordadas. Hubo un tiempo en que las mayorías absolutas eran lo más frecuente, pero ahora son excepciones en un panorama donde la fragmentación del voto es la regla. La derivación directa de esa variedad de opciones a la hora de elegir concluye en que hay votos que no cuajan para obtener representación en las instituciones y otros que lo hacen y acaban configurando tantas porciones de tarta que hay que recurrir a fórmulas del todo creativas para lograr abarcar la mitad del pastel. Lo habitual es que los pactos se produzcan entre fuerzas que se mueven en un terreno ideológico con hitos comunes. Pero eso no hace que la llegada de los acuerdos sea rápida ni sencilla. Para que los pactos cuajen, los actores que dialogan tienen que acudir a las mesas de negociación sin la intención de imponerse siempre y bajo cualquier circunstancia a los demás, con disposición para actuar con generosidad, buscando poner de relieve los puntos en común y no realzando las discrepacias, persiguiendo, con voluntad clara, el acuerdo. 

Tal y como está configurado el panorama político actual, en nuestro país los acuerdos acaban siendo casi siempre predecibles, en cuanto que se producen alianzas por bloques ideológicos. Esto entra dentro de lo esperado. Y, por recurrente, que se suscriban pactos con los nacionalistas tampoco extraña, aunque esa apariencia de moderación con que se presentaban en los años ‘90 haya sido sustituida por la radicalidad más desinhibida. Lo que es menos frecuente es ver pactos entre opuestos, pactos que algunos denominan contra-natura. En Extremadura tuvimos una experiencia en ese sentido. Y, en lo que se refiere al pacto, los participantes demostraron más lealtad y altura de miras que cuando los suscriben los mellizos ideológicos de ambas orillas del río, que son demasiado aficionados, en algunos lugares y ámbitos, a los desmarques y al lanzamientos de auténticas bombas para desestabilizar al compañero de gobierno y acabar quedándose con una porción más del quesito electoral. Tras el momento de los pactos, los integrantes de un gobierno -cualquiera que sea- deberían abandonar los prejuicios ideológicos y preocuparse por ofrecer a los ciudadanos un ejecutivo sólido, que reme en un mismo sentido y que se vuelque en cuerpo y alma para mejorar la vida de los ciudadanos. Pero esto, en nuestro país y tiempo, parece ser una entelequia.

*Diplomdo en Magisterio

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