Opinión | Tribuna

El caballo de San Jorge

Me llamó la atención una discusión, los jóvenes increpaban a los mayores por la presencia del caballo en el desfile

Tuve la suerte, este año, de que unos buenos amigos me invitaran a ver el desfile de San Jorge de Cáceres, desde la enorme terraza del edificio de Las Tres Torres en Cánovas. Un lugar ideal desde el que contemplar el paso de todos los que participan en tan singular procesión. Y, aunque ya había asistido en numerosas ocasiones a estos desfiles del Santo Patrón de la capital cacereña, debo reconocer que nunca antes había observado tanta implicación de los cacereños en tal especial y fervoroso evento. Desde que llegó la comitiva a los aledaños de la Cruz de Los Caídos, comenzó a escucharse una algarabía continua que recordaba, sin duda, a la hora del recreo de los patios escolares. Y lo recordaba porque el desfile estaba lleno de niños y niñas que disfrutaban, junto a sus padres y mayores, de una fiesta que habían preparado con la mayor ilusión. Allí, desde arriba, se notaba que no había habido lugar a la improvisación. Todo estaba medido y ensayado y, a pesar de la corta edad de los infantes participantes, ninguno se salía de los pasos que les marcaban sus tutores.

    Todos se presentaban orgullosos para mostrar que su dragón era el más grande, o el más terrible, o el más fiero, o el que más grandes tenía las alas para sobrevolar la plaza de Cáceres y lanzarse sobre el jinete que montaba el impresionante caballo blanco. El trabajo que los centros educativos, distintos colectivos y asociaciones de Cáceres habían llevado a cabo, mostraba sus resultados sobre el asfalto en su recorrido desde la ronda de la Pizarra hasta la plaza Mayor. Tanto en el bando moro como en el cristiano, todos los participantes hicieron gala de un exquisito vestuario y una impecable coreografía, con originalidad y creatividad, que no cortó un momento ni el viento frío, que se incrementaba a medida que la tarde se hacía noche.

Cuando pasó el último dragón del ayuntamiento, bajamos a tomar unas cañas a la Bodeguilla. Casi no se cabía, pero logramos abrirnos paso hacia la barra. Me llamó la atención la discusión acalorada que mantenían una pareja de mediana edad con otra de jóvenes. Los jóvenes increpaban a los mayores que defendieran la presencia del caballo de San Jorge en el desfile. Alegaban que no debería ser exhibido, según la Ley de Bienestar Animal. Allí no se hablaba del colorido del vestuario, ni de la coreografía, ni de la sonrisa de los niños… tan sólo del caballo de San Jorge. Siento un poco de temor ante ese afán de humanización excesiva del animal y me preocupa que alguien pueda pensar que no se respeta al caballo de San Jorge porque el santo vaya cabalgando sobre él.

   Ayer mismo me dijo mi hija Laura que voy a ser abuelo de nuevo. No sé, pero tengo la impresión de que, apenas pasen unos años, a ese niño o niña que viene, no le quedará más remedio que ver en el desfile a San Jorge, montado en bici, agarrándose el casco con la mano izquierda, y con su lanza en ristre en la derecha, para acabar en la plaza con el dragón que quería matar a la doncella.

Profesor

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