tribuna abierta

Distancia con Pedro Sánchez

Felipe y Guerra aplauden juntos cuando se afirma que la Constitución de consenso del 78, el gran éxito de la Transición, no puede funcionar con un sistema de bloques políticos excluyentes

Joan Tapia

Joan Tapia

El jueves se presentó en Madrid el libro Aquel PSOE, el sueño de una generación de Virgilio Zapatero, constitucionalista y ministro del PSOE en muchos gobiernos de Felipe González (hasta 1993), que ahora, con la modestia de un académico, se definió como un «actor de reparto». Era un acto curioso porque el editor es Manuel Pimentel, ministro dimitido de Aznar; por la presencia de Alfonso Guerra y de Rosa Conde, ministra portavoz de Felipe, como presentadores; por celebrarse en precampaña electoral y por la presencia confirmada a última hora del propio Felipe González. ¿Iba a haber bomba? Rosa Conde me dijo que no: «El libro de Virgilio es fantástico para comprender los gobiernos del PSOE. La fecha se eligió para después de las municipales y nadie podía prever que iba a haber elecciones generales». Vale, pero el acto se mantuvo y Felipe y Guerra se iban a encontrar. Aforo máximo en la Fundación Giner de los Ríos. 

Alfonso Guerra marcó la pauta. No había bomba. «Ha habido unas elecciones municipales y se debería analizar lo que ha pasado. Pero no puede ser porque vienen otras elecciones». Había expectación, pero Guerra no quería ni guerra con Pedro Sánchez ni coartar su libertad. «No cambia nada, los dos grandes partidos se vuelven hacia sus extremos para ganar apoyos, pero engordan así a los partidos que están en contra del modelo constitucional». Y en tono sarcástico -acogido con un gruñido de satisfacción por un público en el que había exministros del PSOE como Solchaga y Suárez Pertierra- añadió: «pero no teman, nos tiene que salvar nuestra Mélenchon, vestida de Christian Dior» en una clara alusión a Yolanda Díaz. 

Criticó los pactos con Bildu, pero se centró en el libro, en la generación del 68 que tomó el mando del PSOE en los setenta con un tic antiautoritario. «Estábamos todos en pleno empacho ideológico, tuve una librería y los textos que más vendí eran marxistas y el libro rojo de Mao y el libro verde de Gadafi. Pero contra pronóstico, el dictador murió». Y llegó un momento crucial. ¿Iban a seguir los españoles -como otras veces- partidos en facciones irreconciliables, o los que venían del franquismo y querían la democracia, y los que veníamos de la oposición y también queríamos la democracia, los unos y los otros, íbamos a poder hablar -cosa no siempre fácil- y abrir una etapa de concordia que era lo que quería la sociedad? Triunfó el diálogo y así nació la Constitución, quizás el texto político español más relevante, que establece que la ley está por encima de la voluntad de la mayoría. Salvo que la mayoría cambie la ley de acuerdo con las normas.

Guerra acabó insistiendo en que la democracia cambió al PSOE, de ahí el abandono del marxismo, y recomendando el libro de Virgilio para entender la historia moderna de España. El público aplaudió, incluido Felipe González en la primera fila. El «actor de reparto» no desafinó de Guerra. Insistió en que el PSOE aprendió mucho haciendo oposición a UCD porque el clima político era muy distinto al actual y lanzó dos grandes mensajes.

Uno, la amnistía era obligada para que el pasado no bloqueara la normalización política. Y arguyó que ello no implica la desmemoria, pero que las amnistías griegas castigaban al que quería remover el pasado para perturbar el presente con penas graves… incluida la de muerte. «Naturalmente nosotros no podíamos ir tan lejos…»

Dos. La Constitución de consenso fue el gran éxito de la Transición. La política pasó a ser transacción. Nadie podía ganar todo, había que consensuar, pero -mirando a Felipe- añadió: «lo hicimos bien, pero nos olvidamos de dejar un manual de instrucciones que dijera que la Constitución no funcionaría con bloques, y ahora lo estamos viendo».

Siguió. Un éxito fue acabar con el Ejército como poder fáctico. Otro, la entrada en Europa que confirmó el Estado de bienestar. Hubo fallos como el sistema partidario que ha llevado a partidos personalistas enfeudados al líder. En resumen, «aquel PSOE» -con la única excepcion de Juan Lobato como conexión con el nuevo- se reunió en un acto de orgullosa nostalgia para releer lo que logró. No buscó perjudicar a Pedro -menos ahora-, pero sí marcar las distancias. Para que conste. 

*Periodista

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