Tribuna

Lenguas cooficiales

Lo que quieren para ellos no lo predican para los demás porque marginan el castellano en su territorio

José Antonio Vega Vega

José Antonio Vega Vega

A pesar de los graves problemas por los que atraviesa el país, y cuya solución requeriría la participación solidaria de toda clase política, los partidos independentistas exigieron para votar a favor de la candidata socialista a la Presidencia del Congreso extender las lenguas autonómicas, no solo al propio Congreso, sino a todas las instituciones de la nación y de la Unión Europea. Ninguna demanda sobre empleo juvenil, ninguna medida para aliviar los problemas de las pensiones, ninguna propuesta para industrializar el país, ningún remedio para corregir el déficit o la inflación. Estos son problemas menores. A partir de ahora, y si los secesionistas obtienen su botín al completo, el resto de españoles seguro que habremos ganado en progreso y libertad, ya que, por ejemplo, como avance obtenido gracias a sus reivindicaciones, cuando un catalanoparlante sea juzgado en un tribunal extremeño podrá exigir defenderse en catalán. También un ciudadano vasco podrá pedir que la etiología de su enfermedad se la expliquen en su lengua vernácula en un hospital madrileño. Todo ello sin contar con que los gobiernos autonómicos tendrán que contratar una legión de intérpretes para poder relacionarse con ciudadanos de autonomías con lenguas cooficiales. Nadie dudará que esto es un verdadero avance en progreso y libertad.

En cuestión de lenguas tengo que confesar que soy heterodoxo. Aunque chirríe en la mente de muchos, no acepto la idea de que la riqueza de lenguas nos hace más libres. Para mí las lenguas, tratadas más allá del aspecto cultural, son una barrera, un reino de confusión, una maldición bíblica. Recordemos que, cuando algo es confuso, solemos decir que es una babel. La lengua no es más que un mero instrumento de comunicación. El genio creador del hombre está por encima del lenguaje. Si Cervantes hubiera hablado inglés, habría escrito el Quijote en inglés. Si Shakespeare hubiese hablado español, habría compuesto sus tragedias en español. Si en el mundo hubiera un solo idioma, nuestros jóvenes nos lo agradecerían porque dejarían de tener que dedicar un tiempo infinito para mal aprender uno o varios idiomas extranjeros. Es el talento el que crea la obra. El idioma es una mera herramienta. La armonía y la musicalidad en la combinación poética, la elocuencia en la oratoria o la belleza en la retórica se las debemos al ingenio del autor, que podría expresar sus ideas en cualquier idioma.

Las lenguas siempre han sido instrumentos de dominio. Con la excusa de contribuir a la unidad nacional se han cometido las mayores atrocidades. En cualquier conquista se intenta imponer la unidad de lengua, de derecho y de religión. Las oligarquías dominantes oprimen con las lenguas; y en nuestro propio país, en ciertas comunidades autónomas, la lengua sirve de elemento de segregación. Se quiere hacer normal en la vida, lo que no es normal. Al emigrante, al no nacionalista, se le margina mediante la imposición de un idioma considerado nacional, a veces inventado. Y todo ello violando a veces derechos fundamentales e incumpliendo leyes. 

Es cierto que en el Congreso de los Diputados se podría hablar en cualquier lengua del Estado. Para los independentistas esto significará un gran avance. Sin embargo, es un mero acto de hipocresía: lo que quieren para ellos no lo predican para los demás. Son arteros y fariseos en esta materia: marginan el castellano en su territorio. Además, no parten de la realidad española y de que esta imposición, aparte de antieconómica, no es práctica. Si todos tenemos el deber de conocer la lengua oficial del Estado es absurdo que en el parlamento nacional, que es la sede donde deben entenderse todos los pueblos del Estado, existiendo un idioma común, cada uno quiera hablar en su lengua cooficial, teniendo que obligar al otro a servirse de un traductor. 

La práctica de la traducción constituye un germen de suspicacias. Traducir implica interpretar y, en consecuencia, puede generar reacciones en cuanto a la literalidad o la fidelidad del traductor. La expresión italianatraduttore, traditore (traductor, traidor) explica claramente lo que implica el acto de traducir. Si yo quiero hacerme entender por un francés, lo mejor es que utilice su propio idioma. Así estaré más seguro de que va a saber de primera mano lo que quiero transmitirle. 

Por otra parte, pretender que los idiomas autonómicos cooficiales se hablen en las instituciones europeas es un mero delirio. Ya se ha intentado antes sin éxito. Porque, además de que la UE para aceptarlo nos exigiría una reforma constitucional para hacer oficiales dichas lenguas en todo el territorio español, cómo podríamos explicar que en las instituciones europeas pudiera hablarse catalán, euskera o gallego y no pudiera hablarse frisón, friulano, gaélico, occitano, meänkieli, sami, romaní, yiddish, corso, siciliano, bretón, napolitano, véneto, valenciano, aranés, bable, aragonés..., incluso castúo o la fala. Y si todos pudiéramos hablar en nuestras lenguas regionales, no cabe duda de que, si ahora falta entendimiento entre los países europeos, con todos los idiomas en liza la UE sería un auténtico caos.

*Catedrático

Suscríbete para seguir leyendo