A la intemperie

Con flores a Vara

¿Por qué un honrado padre de familia da amparo a criminales confesos?

Vara y Sánchez

Vara y Sánchez

Fernando Valbuena

Fernando Valbuena

Confieso que duermo con la escopeta cargada. Sospecho que como todo hijo de vecino. Somos un acarreo de años (y heridas). También los que opinamos por escrito. Todos esperamos que, antes o después, la realidad venga a confirmarnos el credo. A los que escribimos se nos nota más; aprovechamos cualquier resbalón ajeno para abrir fuego sañudo contra el desgraciado de turno. Así que principiaré confesando que duermo con la escopeta cargada.

A veces con flores. Cargada con flores. A veces, solo a veces. Lo suyo es el plomo, pero, a veces, como si todos los días fueran veinticinco de abril, cargo la escopeta con flores. A Vara, por ejemplo. Cuando dimitió le tenía yo la escopeta cargada con flores. Entiendo a los que no le perdonan ni el respirar, pero entiéndaseme a mí: no todo fue del todo malo. Así que, andaba yo en la tarea de cómo escribir seiscientas palabras en loor de Guillermo Fernández Vara y no parecer baboso, cuando el estornino alzó el vuelo. No tenía escrita ni siquiera una línea de tan simpático obituario político cuando el muerto, para sorpresa de los vivos, se fue de parranda a gozar (¡ay, el muy pánfilo…!) de los minutos basura de su vida política. Eso opino. ¿Tendrá a bien la realidad confirmar mi opinión? Ha tenido. Y las cañas se han vuelto lanzas.

¿Por qué un socialista vota a favor de que los ricos desvalijen a los pobres?

Saber cuándo cortarse la coleta es un don excelso que no a todos los mortales concede Dios. Y pienso en Ibarra. Supo irse como se fue Bombita, en majestad. ¡Qué difícil! ¡Qué notable virtud! Notable y rara, porque lo habitual es que no haya manera de bajarse del tiovivo del poder si no es a palos. Si se caen del caballito blanco, se montan en el caballito negro, que para eso está el partido. ¡Qué error, qué inmenso error! Al menos en el caso de Vara. Cuatro meses han bastado para emborronarle el final a la novela.

Con la mirada embargada y el ánimo en subasta… Con cara de polilla atormentada a la luz del tirano… Así aplaudía Vara. Así lo vi en el Comité Federal de un partido que ya no es el que era. Los que tenemos cierta edad podemos decirlo: no es el que era. Es peor. Es rabiosamente peligroso. Triste tener que decirlo, pero aún más triste tener que aplaudirlo… ¿Aplaudir? ¿Por qué? ¿Por qué aplaude Vara? ¿Por qué, si puede escoger, escoge perro? ¿Por qué? ¿Por qué escribe lo que escribe cuando sabe sin sombra de duda que lo que pretenden es romper España? ¿Por qué un forense desprecia a los jueces? ¿Por qué un honrado padre de familia da amparo y se humilla ante criminales confesos? ¿Por qué un socialista vota a favor de que los ricos desvalijen a los pobres? ¿Por qué? Como ha escrito Juan Carlos Rodríguez Ibarra, van los estorninos de norte a sur, de este a oeste, de izquierda a derecha sin aparente lógica. Vara y los que, como él, no se bajan del burro. Algunos alegarán cierta indigencia como atenuante, Vara ni eso puede. Ibarra aún confía en los militantes, yo, quisiera, pero no me alcanza el ánimo. Ibarra, Vara… Como diríamos los taurinos, ¡qué dos maneras tan distintas de abrochar la faena!

Y termino. Termino con las palabras que un amigo común, despierto y cabal, hace llegar a mi teléfono y que leo con tristeza: “Las personas, a lo largo de nuestra vida, tenemos que mirarnos en el espejo para reconocernos a nosotros mismos. Y Vara, cuando le ha llegado ese momento, ha sido un…” La última palabra del mensaje me la guardo, pongan ustedes la que más les cuadre. Quizá mi amigo haya sido demasiado duro. O no. Bien que lo siento por las flores que marchitan en mi escopeta.