A la intemperie

De vuelta al faro

Navegar es necesario, vivir no

Fernando Valbuena

Fernando Valbuena

A la luz del faro, a su amparo, la espera es más llevadera. Nada de cuanto amé he dejado de amar en el sumatorio de años y penas. A mi edad, vivir es poco más que haber vivido. Pero sigo amando. Y creyendo. Y hasta dudando. Solo así pretendo estar fieramente vivo. Solo así, dudando, rezo mi credo de vuelta al faro. A su luz me miro por dentro y veo que sigo creyendo en lo que creía.

De vuelta al faro

De vuelta al faro / Fernando Valbuena*

Quizá por eso trato de ser cauto cuando me dicen que alguien cambió de bando. La decencia, en ocasiones, impide arriar bandera... y, sin embargo, soy indulgente con los que mudan de camisa por necesidades más o menos extremas. Al sol que más calienta se pasa menos frío que a la sombra de cualesquiera ideales. Lo miserable, lo abominable está en esas abruptas militancias de conveniencia a bolsa llena. Y, en sus antípodas, los que nadan a contracorriente, los que cambian de bando (y hasta de creencias) sin engaño, sin ventaja, los que dan la cara al toro del desengaño imaginando suertes nuevas, o haciendo suyas las ajenas, con galanura y templanza. Pasarse así, con todo y sin nada, contra el giro natural de las agujas del reloj, se me antoja el fruto granado de un árbol excelso: ser consecuente con el propio corazón. Una mudanza que, tristemente, arrolla al honrado, que, al mudar, no lo parece. A mi izquierda, el pinar. A mi derecha, la bahía. Varada frente a ella, la isla de Mouro. Llueve en Mataleñas. Una lluvia que no molesta. Un sol que no molesta. La playa, las escaleras, el acantilado... A solas y cansado, sigo subiendo. Donde azota el viento solo asoma, en posición de firmes, la lavanda. Cruzo el pinar y, ante mí, crecido, el faro. Más allá, a poniente, el panteón del inglés. Y más allá aún, sobre la mar que no acaba, el sol que busca la otra orilla.

En la eterna caminera, en la constante aspiración a la verdad, manifiesto con toda sinceridad que hay verdad en las doctrinas que no profeso y que lo mucho bueno que he encontrado en los demás, en los que conmigo caminan, no me es ajeno. Ni a diestro, ni a siniestro. Y, sin embargo, sigo mirando arriba, allí desde donde me iluminan los mismos ideales de ayer. Ya no aspiro a la conquista del Estado. Ahora aspiro a más, a la conquista de los corazones. Pero sigo mirando arriba. Sin renuncia. En libertad. Los ojos puestos en la Polar. Porque a la duda de hoy, al ejercicio íntimo de preguntarme el porqué del aire que respiro, respondo como ayer, a la intemperie, en la noche oscura y mirando a lo alto, alegremente, con mi misma verdad de siempre. Frente a mí, la mar; dentro de mí, el eco de los marinos de Castilla, «navegar es necesario, vivir no».

En la eterna caminera, en la constante aspiración a la verdad, manifiesto con toda sinceridad que hay verdad en las doctrinas que no profeso y que lo mucho bueno que he encontrado en los demás, en los que conmigo caminan, no me es ajeno

En estos pensamientos me entretengo mientras contemplo las olas embravecidas rompiendo contra el enorme farallón de Cabo Mayor. Y la caída… cuarenta metros cortados a pico sobre los peñascos. La mar infinita, la mirada perdida… un lugar soberbio para hacer examen de conciencia. Allí, rendidos, mis huesos, bajo el faro, mi faro de ayer. A solas con las gaviotas. Santander, en silencio, sobre las olas roncas. Es invierno cerrado en los corazones que nada dudan. Hace frío, nada se sabe de la primavera prometida… El sol es ido. Respiro a la sola luz del faro, en espera tensa, lento, como se respiran las penas. Aún hay quien cuenta cómo las corrientes empujan a las playas los cadáveres de los despeñados vivos durante la guerra, las manos atadas a la espalda, los labios cosidos con alambre.

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