Opinión | Una casa a las afueras

Bocas quemantes

El portavoz grupo parlamentario popular Congreso Miguel Tellado, en un pleno

El portavoz grupo parlamentario popular Congreso Miguel Tellado, en un pleno

Algunos días me cuesta entender este país al que pertenezco. Quisiera no ver dibujada una raya en la puerta falsa de Extremadura donde a través de un jardín dilatado se extienden corrales, laberintos de pilastras, correntías. Allí habita el agricultor del mediodía bajo la intensa luz agraria de la carencia y la necesidad; esa misma luz que también es calma y es alma. Qué gusto me daría ser portuguesa por unos días, sentarme acurrucada en la puerta azul de una aldea viendo pasar gaviotas, barquitos con sardinas y hacer ganchillo con ráfagas de salitre.

¡Qué alivio sería abandonar esta sequedad semántica! ¡Ser la falda de un monte o el vestido rosa de un almendro! Bruma plúmula trémula

Qué ganas de ser una fuente río abajo, un manantial efímero, un pozo con su brocal dispuesto al eco profundo de una garganta, la sonda de unos minadores, yo qué sé… cualquier cosa próxima al mar.

Resulta insufrible la cantidad de políticos inútiles a los que mantenemos con las pinzas de nuestra precaria economía. Menudo quebradizo anhelo el nuestro de tener esperanza

Una se harta de esta agitación, de la gallinácea y estas tinieblas de estupidez que, por cierto, tan opuestas son al bien público. Una vez convertido el congreso de los supuestos disputados en un abrevadero plagado de animales granívoros, era cuestión de tiempo que circulara libremente el olor fermentado a estiércol. Sabíamos que antes o después acabaría haciendo efecto la levadura de la putrefacción; sospechábamos también que el contacto de un fruto corrompido transmitiría al inmediato su misma corrupción y así hasta contaminar todo el frutero.

Resulta insufrible la cantidad de políticos inútiles a los que mantenemos con las pinzas de nuestra precaria economía. Menudo quebradizo anhelo el nuestro de tener esperanza. Habría que coger la política por el cuello y agitarla un poco para ver si así salen disparados los malos aires. ¿De qué sirve este alfabeto contaminado, el verbo magullado, el silabario soliviantado? Carecen de filología, que es propiamente lo que significa: amor por la palabra.Hasta odiarse es agotador. Cansa mucho más el desprecio que el respeto pues una vez hecho el destrozo hay que agacharse a recoger los pedazos, hay que limpiar el lodazal y sacudirse la mugre, cruzar el puente de la impudicia. Lo malo es que nos va quedando un puente en proceso de voladura.

Estamos borrachos del sabor de la tontería… Hasta en la fiesta de los tontos el diablo parece tonto porque ¡ojo! cuando escogemos una palabra, ésta significa exactamente lo que somos y de lo que estamos hechos. No existen palabras neutrales, «todas son espejos de nosotros mismos», palabra de Andrea Marcolongo.

Mejor tirarnos al barro de la poesía, la arcilla mágica del taller de los dioses; de él sí que salen poderosos principios éticos rebozados en mil campos de caña de azúcar. Mejor exiliarnos a Portugal y todos sus recovecos atlánticos; dejarnos llevar a través de sus melosas bahías de la poesía con sus aliviaderos de lluvia y evaporación.

Cuánto daría por ser una de sus orillas y almacenar estrellas y corales, una orilla aquilea y acogedora de todos los navíos. Cuánto daría por ser María Celeste, uno de esos mascarones tallados por la humedad que al final no es más que la tristeza del mar.

Sucede que me canso de ser hombre dijo Neruda, el poeta ansiaba un descanso de piedras o de lana harto como estaba del olor de las peluquerías y mercaderías. Sucede pues que estamos hartos también de las fruterías y verdulerías, porque las palabras, igual que el pan, se comen y a veces se nos hacen bola.

No acierto a entender este país al que pertenezco. Me gustaría tener por patria una vidriera, una de esas ventanas de iglesia vieja con su olor antiguo y húmedo donde alguien dejó olvidadas sus alas rotas de ángel; me gustaría ser una camisa blanca tendida al sol en un alambre y conectar dos ventanas en cualquier calle empinada de Lisboa. Acallar las bocas quemantes. Todo, menos esta España endurecida, herida, partida y amargada.

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