Opinión | Una casa a las afueras

La vida según Maud

Poco conocida en Europa, tenía en cambio enamorado a medio Norteamérica por sus postales folclóricas de trazos sencillos, casi infantiles

Tiemblan en el huerto las puntiagudas yemas de unos espárragos. Es la vida imaginaria que bulle en silencio y de cuya conmoción extraemos ratitos inolvidables; es la honda comprensión de lo vivido en la santa semana cuajadita de diálogos internos. Voy tropezando con mis pensamientos todavía chorreantes de las benditas lluvias y evito encender la televisión para tener sólo llenas de barro las botas y no todas mis neuronas. Gravito sobre tanta chatarra…

«Enséñame cómo ves el mundo» esta frase ha salvado vidas desahuciadas de escritores, pintores o poetas que de no ser por alguien que valoró su forma de ver el mundo no hubieran salido jamás del agujero de la indiferencia.

«Enséñame cómo ves el mundo» le dijo un ser de luz a Maud Lewis.

Hay libros y películas que acompañan nuestro camino de por vida; milagrosamente acabo de ver un peliculón en Sundance Tv que ha depositado en mi mente la belleza que necesitaba; una gota de luz. La película me ha robado el corazón: ‘Maudie, el color de la vida’ está basada en la vida de una pintora enferma de artritis reumatoide. Es la prueba de que el cine, como la literatura o la fotografía poseen una capacidad innata de comunicación y expresividad maravillosas cuando se emplean adecuadamente. No es que sean arte es que se convierten en poderosas herramientas para la reflexión y pueden, como es el caso de Maud, (Maudie en inglés), adentrarse en el campo de la bioética contribuyendo a un cambio social y hasta moral.

Maud Lewis, poco conocida en Europa, tenía en cambio enamorado a medio Norteamérica por sus postales folclóricas de trazos sencillos casi infantiles. Su aspecto enfermizo no le restaba un ápice de dulzura, pero sobre todo de perseverancia a la hora de pintar flores, pájaros, ciervos y camionetas

Maud Lewis, poco conocida en Europa, tenía en cambio enamorado a medio Norteamérica por sus postales folclóricas de trazos sencillos casi infantiles. Su aspecto enfermizo no le restaba un ápice de dulzura, pero sobre todo de perseverancia a la hora de pintar flores, pájaros, ciervos y camionetas. Pintar para ella era enmarcar la vida, mirar por la ventana y plasmar lo que veía: el vuelo de un abejorro, una nube, un simple gato. La pintura era su fijación, su pasión; y casi en la misma línea que Frida Kahlo, su dulce forma de ver el mundo a pesar del dolor, las limitaciones y condicionamientos físicos, hizo brotar de sus pinceles alegría, colores desacomplejados, dibujos sin maldad alguna como el de los niños que plasman la vida sin sombras y sin caer en la obsesión por la perspectiva…los dichosos puntos de fuga.

Maud Lewis fue una figurita contrahecha, llena de dudas y alguna convicción; estuvo siempre acompañada de la sombra de su cuerpo arqueado, sus brazos pequeños, sus dedos desobedientes, pero aún así pintaba y coloreaba desde los residuos de su memoria. Lo más impactante es el CLIC que se produce en su vida a los 34 años, detalle delicadamente recreado en la película de Aisling Walsh, cuando decide presentarse a la solicitud de un vendedor de pescado, el rudo y malencarado Everett que buscaba una mujer de la limpieza.

Maud, con sus flores pintadas por la desastrosa cabaña del pescador fue poco a poco y cuadro a cuadro ganándose el cariño de un hombre carente de afecto y sensibilidad para el arte; hasta que un día llega carta del mismísimo presidente Richard Nixon solicitando un cuadro de Maud. A pesar del éxito que acabó teniendo su técnica naif y folclorista en la que nunca llegaban a mezclarse colores, vivieron toda su vida en una cabañita minúscula como metáfora de la inestable verdad de la vida: un perro vivo vale más que un león muerto, dice el Eclesiastés.

La humildad siempre revela las luces celestes, también a seres angelicales como Maud que desde esta tarde se ha metido derechita en mi altar de talismanes.

Sorprendente historia y bellísima película que os recomiendo mucho en tardes huecas sin azúcar porque referentes como Maud ensanchan nuestra forma de ver y mirar el mundo. Un mundo de proporciones bellas y ajustadas en el que no tener a diario esta sensación de naufragio.

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