El estado del río cacereño. La reivindicación

¿Por qué la Ribera de Cáceres estalla?

Los hortelanos piden un plan municipal inmediato que acabe con la suciedad, los escombros y la maleza. Los agricultores: «Hay tal cantidad de grava que si llega una ‘venía’ esto es una trampa de osos»

Los hortelanos de la Ribera del Marco limpiando parte del cauce.

Los hortelanos de la Ribera del Marco limpiando parte del cauce. / Carlagraw

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Los higos verdean y las parras ya están cargadas de uvas. Hay patatas y cebollas, cantan las chicharras al caer la tarde sin que el calor dé una tregua en La Cachorra, la finca situada a pocos metros de la Estación Depuradora de Aguas Residuales a la que Antonio Leal Salas se entrega en cuerpo y alma.

Él pertenece a esa vieja estirpe de hortelanos de Cáceres que lo han dado todo por la Ribera, una tierra a la que lleva unido desde que tenía 5 o 6 años, un vínculo casi umbilical que comenzó cuando el padre de Antonio, que estaba en Alemania, arrendó por poderes la Huerta del Quinto, situada algo más arriba de La Cachorra, muy cerca del Guadiloba. Fue el abuelo quien se encargó de todo, porque aunque la madre no emigró y se quedó en la ciudad cuidando de la prole, entonces las mujeres no tenían derecho a firmar nada, de modo que el abuelo fue quien se ocupó del papeleo.

Esa finca era de Expósito Iglesias, al que apodaron ‘El Quinto’, un hurdano que vino a Cáceres a tallarse para la mili pero que al no dar la medida porque era muy bajito, aquí se quedó para siempre. 

Luego compraron La Cachorra a los Dicanes, herederos de Benigno Corchado, que tenía otro hermano, Alonso, que disponía de una huerta en el Temis, y que llegaron hasta esta zona después de la guerra civil procedentes de las huertas del Parque del Príncipe

Limpiando el cauce.

Limpiando el cauce. / CarlaGraw

En la Ribera, Antonio conoció a los Poleo, al tío Tosina, a los Pelayo (Francisco y Domiciano), a los Tirilla, a los Malavela, a Pepillo (arrendatario, gran compañero y amigo)... Todos aficionados a los galgos porque en el Marco siempre hubo más pique por los galgos que por las vacas lecheras.

Los bisabuelos maternos de Antonio venían del gremio de los lecheros, los paternos eran arrieros y hortelanos y trabajaban en las huertas de Arroyo de la Luz.

El 2 de julio un incendio afectó a cinco fincas de la Ribera del Marco

Antonio tiene 60 años, 55 de ellos los pasó en la Huerta del Quinto, que estuvo arrendada hasta la muerte de su padre. Ahora, en La Cachorra, se ocupa del forraje para el ganado y tiene cultivos para el aprovechamiento de la casa; siembra garbanzos, habas para las bestias y mucha verdura.

Suciedad en el Marco.

Suciedad en el Marco. / CarlaGraw

El agua con la que Antonio riega sale del Calerizo. Este verano hay un manantial que brota con fuerza desmedida de las profundidades de la tierra de Cáceres y da de beber a toda la Ribera: siete kilómetros que comienzan en la Fuente del Rey y concluyen en el pantano del Guadiloba, en un recorrido plagado de huertas que en su origen fueron la gran despensa de la capital.

La gota que colmó el vaso

El pasado 2 de julio, un incendio declarado a la altura de la Facultad de Empresariales afectó a cinco fincas del Marco. Fue la gota que colmó el vaso y que ha hecho estallar a los hortelanos. Antonio Leal es el presidente de la Comunidad de Regantes La Concordia, la segunda más antigua de España después de la de Valencia, que depende del Tribunal de Aguas valenciano. La comunidad representa a 80 parcelas actualmente en regadío, y a otras 200 sin regar (100 hortelanos en activo).

Incendio del pasado 2 de julio.

Incendio del pasado 2 de julio. / CarlaGraw

Quieren un plan de choque inmediato, más allá de las previsiones de fondos europeos y del Ministerio de Transición Ecológica que el ayuntamiento espera para invertir de la Ribera, pero que se demorarán en el tiempo por los trámites administrativos.

Ese plan pasaría por una limpieza del cauce, algo que según los hortelanos no se hace en profundidad desde la granizada que azotó Cáceres la noche del 16 de septiembre de 2010. Piden que se actúe con celeridad. 

Antonio atiende a este diario en su finca. A su lado, Agustín Rebollo, miembro activo junto a los Galán de una de las dinastías de hortelanos más antiguas de la ciudad y cuya huerta está a dos pasos del Campamento de Cáceres el Viejo.

Dolor y decepción

Hablan con dolor y decepción porque se sienten abandonados. «Ahora mismo hay tal cantidad de grava y escombros que si llega una ‘venía’ esto es una trampa de osos», aseguran al tiempo que muestran algunos de los escenarios más deplorables del río de Cáceres. Por la mañana, antes de que el termómetro se dispare insolente, han limpiado con sus propias manos parte del cauce, con las botas de goma casi hasta las rodillas: «Aquí hay mucha fusca; y en Aspainca, por donde riegan los huertos sociales, se ha caído una higuera. Necesitamos que actúen», insisten. «El ayuntamiento tiene equipo suficiente. Dijeron que cuando terminaran la campaña de poda iban a venir, y nada», cuentan. Y siguen recogiendo mierda.

«Si en las fincas del ayuntamiento metes una cerilla, se puede preparar la de Dios. Son selvas amazónicas en el centro de Cáceres; se han convertido en una granja de jabalíes. No han hecho nada. Nos están mintiendo todos los días», añade Antonio, que se seca el sudor después de un durísimo día de trabajo.

«¿Pero cuándo?

«Han dicho que harán un corredor verde en el tramo que va desde el Puente de Vadillo hasta la carretera de Trujillo. Eso sería estupendo, ¿pero cuándo?», se preguntan. «Es que todo va muy despacio y no acabamos de ver nada», argumentan frente a las promesas del equipo de gobierno de Salaya.

Imagen del río de Cáceres.

Imagen del río de Cáceres. / CarlaGraw

«No queremos que la Ribera sea un cauce de riego, queremos que sea un cauce natural limpio. Aquí hay cañaverales que llevan 20 años sin cortarse. Eso es lo que provoca los incendios. Por mucha agua que lleve, lo que prende es la suciedad porque el fondo está seco», sostienen.

«Si en las fincas del ayuntamiento metes una cerilla, se puede preparar la de Dios»

Recuerdan como antiguamente en la Ribera se cortaba la caña, a la que se le daba uso. «El hortelano la cortaba, la secaba y la vendía para las techumbres. Muchas casas de la parte antigua están hechas con cañizo del Marco porque aquí se aprovechaba todo y no se tiraba; hasta se sembraban los barrancos», describen con nostalgia.

Manantial entre maleza.

Manantial entre maleza. / CarlaGraw

Ahora son otros tiempos. Tiempos en los que se ha dado la espalda a un vergel que sucumbe entre matorrales y maleza. Los que cuidan la tierra siguen reclamando atención. Su contribución histórica y social para el desarrollo de Cáceres ha sido crucial. Para ellos el viento sopla en contra mientras el agua trata de sortear un escenario inhóspito.