Reflexiones al paso

La Virgen cacereña más internacional

La devoción a la antigua Virgen del Buen Fin se extendió en el siglo XVIII hasta las Islas Filipinas gracias al Marqués de Ovando, y dio nombre a uno de los famosos galeones de Manila

La Virgen cacereña más internacional

La Virgen cacereña más internacional / El Periódico

Jorge Rodríguez Velasco

Jorge Rodríguez Velasco

Más de cincuenta imágenes recorren durante Semana Santa las calles de la capital cacereña (si la lluvia lo permite). La Vera Cruz lo hace con cinco pasos en el atardecer del Jueves Santo, jornada en la que procesiona desde sus orígenes en 1521. Cierra el cortejo la Dolorosa de la Cruz, paso señero de la Pasión cacereña, llegada a Cáceres en el año 1953. Sin embargo, durante muchos siglos fue otra la imagen mariana que participó en el cortejo penitencial de la Vera Cruz: la antigua Virgen del Buen Fin, talla del siglo XVII que se localiza en el Convento de Santa Clara.

Entre la documentación histórica de la cofradía se recogen diversas noticias relacionadas con esta imagen. Sabemos, por ejemplo, que en 1753 la abadesa de Santa Clara «suplicó a toda la cofradía se sirviese de sacarle» un vestido nuevo de terciopelo para la procesión. Y décadas después, en 1799, el mayordomo informaba al cabildo que la abadesa «le había pasado recados para que se dispusiese renobar el rostro y manos de la ymagen de Ntra. Sra. del Buen Fin que tenia dicha cofradía en la yglesia de dicho convento, por hallarse con varios caspones que le hacian estar indecentes». Por este motivo, se acuerda trasladar la imagen a Madrid para su restauración, en la que se le pondrán ojos de cristal. 

En Manila se creó una parte importante de comercio con el nombre de la talla mariana

Si en el presente son pocos los cacereños que ni siquiera conocen de la existencia de esta talla, menos aún serán los que sepan de la importancia devocional que tuvo en el pasado. Un fervor que no se limitó al ámbito local, sino que traspasó fronteras y cruzó océanos. De hecho, podría afirmarse que, tras la Virgen de Guadalupe, Nuestra Señora del Buen Fin es la imagen extremeña cuya veneración ha tenido más relevancia internacional. Y ello por la devoción de uno de los cacereños más ilustres de todos los tiempos: el primer Marques de Ovando.

Francisco José de Ovando y Solís (1693-1755) fue un distinguido militar y político de la España del siglo XVIII. Desarrolló su carrera militar en el ámbito naval, protagonizando o participando en valerosas hazañas dignas de películas. En calidad de capitán de fragatas y navíos surcó todos los mares y océanos por donde se extendían los dominios de la Monarquía Hispánica, llegando a ser designado Jefe de la Escuadra del Mar del Sur. Como tantos otros oficiales de la Real Armada en el siglo de la Ilustración, también dio muestras de su buena formación científica, promoviendo mejoras en el campo de la ingeniería naval y destacando en el manejo de la cartografía náutica. En cuanto a su faceta política, debe destacarse que ostentó dignidades y cargos de gran importancia, como la Gobernación y Capitanía General interina de Chile y la titular de las Islas Filipinas.

Existen bastantes evidencias del fervor que Francisco J. de Ovando y sus familiares y allegados sentían hacia la imagen mariana, a la que siempre consideraron como su patrona. Así queda de manifiesto, por ejemplo, en uno de sus diarios de navegación, que se inicia con la siguiente referencia: «Con el fabor de Dios y de su Santísima Madre del Buen Fin, mi patrona, en cuyo nombre e zelebrado la fiesta acostumbrada salgo a executar la campaña en calidad de 2º teniente de navío (1733)». 

Tras su paso por Chile y Perú, en 1747 remitió una carta a Cáceres, dirigida a su hermano Alonso Pablo, enviándole los bastones de mando que había poseído como Comandante del Mar del Sur y como Gobernador de Chile, para que se pusieran «a los pies de la virgen». En la misma carta advertía lo siguiente: «veo con el fervor que se continúa las gracias y plegarias a nuestra patrona del Buen Fin (...) y ruego se continúen los sufragios, pues de otro modo parece en lo humano imposible haverme desenvuelto de tantos embaraxos y riesgos con el honor y salud que es notorio».

El marqués pidió que se le embalsamara el corazón, y se colocara en una caja de oro a los pies del imagen

Durante sus años en Manila, al frente del gobierno de las Islas Filipinas, varios fueron los proyectos que puso bajo la advocación de la Virgen cacereña. Creó una importante compañía de comercio con el nombre de la imagen y dejó bajo la protección de ésta, como patrona, a un nuevo municipio al que dio como nombre el de su apellido, Ovando. Hay también constancia de que antes de abandonar Manila fundó una Obra Pía con la advocación de la Virgen, cuya réplica había colocado en la iglesia jesuita de San Ignacio. Sobre este gesto, un padre de la Compañía diría más tarde: «por su cristianísimo celo nos dejó por recuerdo la estatua de sus virtudes, depositada para los siglos venideros en el prodigioso simulacro de María, con el glorioso nombre del Buen Fin, en donde mirará mi madre la Compañía de Jesús lo que ha debido a su señoría, y mirarán estas islas el fin tan dichoso que han tenido».

Pero, sin duda, el honor más loable para la imagen fue el haber dado nombre a uno de los famosos Galeones de Manila: el ‘Santísima Trinidad y Nuestra Señora del Buen Fin’, alías ‘el Poderoso’. Precisamente, fue en este navío donde falleció el Marqués cuando en 1755 regresaba a su ciudad natal cruzando el Pacífico. En su testamento pidió que se abriera su cadáver, se le sacara el corazón y embalsamado se colocará en una caja de oro que debía ser depositada a los pies de la imagen de la Virgen en el convento de Santa Clara. Esto finalmente no se ejecutó, por lo que su hijo colocaría años después un corazón de oro como símbolo, al igual que el relicario que su padre llevó en vida colgado al cuello. 

Nada queda de todo aquello. En los albores del siglo XX, la imagen dejó de procesionar con la Vera Cruz y su devoción fue cayendo en el olvido. Como un espejismo de su significativo pasado, la talla volvió a procesionar entre 1986 y 1989 en el cortejo del Sábado Santo de la Cofradía de las Batallas. En la actualidad, la talla ni siquiera ocupa el altar barroco que presidiera en la iglesia de Santa Clara. Sin embargo, sigue habiendo quienes acuden a Ella para rezarle e implorar su intercesión: las religiosas de Santa Clara, las mujeres que custodian en su clausura a una de las imágenes olvidadas de la Semana Santa cacereña del pasado. 

*Graduado en Historia y Patrimonio Histórico por la UEX. Secretario de la Unión de Cofradías de Cáceres.