El festival multiétnico

Cuando las rubias circulaban por la plaza Mayor de Cáceres

La peluquería de Las Manolitas, Calzados El Cañón, Sederías Oriente, el Bar La Parada, el Jamec, Mendieta y la farmacia de Castel. Es normal que Womad se fijara en el Cáceres castizo de los Siriri para promocionar en la ciudad más bonita de la tierra su marca más genuina

La cerveza no falta en Womad.

La cerveza no falta en Womad. / EL PERIÓDICO

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Miguel Ángel Muñoz Rubio

El mercado de Cáceres estuvo en el Foro de los Balbos y Cáceres recuerda aquel edificio del mercado siempre húmedo, lleno de ventanas y con mucha luz en el que hacía tanto frío. Un mercado bullicioso, con sus inolvidables Navidades, cuando los tenderos llegaban cargados de pollos, gansos y pavos, que campaban en sus jaulas en espera de alguna olla caritativa. El mercado estaba a los pies de la plaza Mayor cuando la plaza Mayor era el hervidero comercial de la capital, el lugar donde Felipe Berjoyo había adquirido La Parada, un bar que estaba en los arcos y que se llamaba La Parada porque allí arribaban muchos coches de línea de la provincia, que iban a La Cumbre, a Sierra de Fuentes...

A aquellos coches los llamaban popularmente las rubias, eran coches de madera, unos descapotables, otros no, y algunos disponían atrás de una especie de balconcinos semejantes a las carretas del Rocío. Las rubias llegaban de los pueblos cargadas de paquetes, que luego se guardaban durante unas horas en la bodega de La Parada. A veces los viajeros venían a Cáceres de compras y también utilizaban el bar a modo de consigna.

La Parada era otra reliquia de aquella bellísima plaza Mayor que un día tuvo Cáceres. Con su bandeja cargada de romanticismo, sus palmeras grandes y sus baldosas portuguesas donde los muchachos jugaban al corro. Pero la plaza no era solo bella por su bella fisonomía, lo era porque era el centro neurálgico y comercial de la capital. Había en la plaza y su entorno montones de ultramarinos, el de Paco Durán, al lado los Casares. En el portal de la farmacia de Castel estaba el de Carlos Cordero, que después llevó su hijo Pedro. Luego estaban el de los Jabato, el de Aparicio en la calle Empedrada. Y en las Cuatro Esquinas, Regodón y los Siriri.

Y de la plaza a Pintores, donde Eugenio Alonso Rubio levantó en los años 30 uno de los café-hotel más famosos que ha tenido Cáceres: el Jamec, frecuentado por muchos comerciantes porque a su alrededor resplandecía un Pintores plagado de vida: las fotografías de Javier o Mendieta, que era como unos grandes almacenes, donde se vendía de todo, desde perfumería hasta textil. Mendieta era propiedad de Antonio Mendieta, empresario cacereño que se casó con Mercedes y que vivía en Cánovas. La tienda tenía un mostrador muy largo y varias plantas.

En Pintores

En Pintores y su entorno también estaban Modas Dioni, que vistió de novia a las novias de todo Cáceres, la joyería de Rosendo Nevado, que abrió en el local donde Rosendo Caso tuvo su famosísima tienda de telas. La joyería estaba muy cerca del horno de San Fernando. Por atrás, la Bodega Catalana, cuya especialidad eran los bocadillos de mejillones y se vendía el vino por pistola, la cafetería Toledo... En Moret también estaba La Estila, que era una pastelería pequeñita, alargada, con varias mesas de color azul con sus sillas. En La Estila se vendían vasos de leche, raspaduras y riquísimos pasteles. Si tardabas mucho en terminar tu consumición, la señora Estila, una mujer ya de pelo blanco, te decía: «Venga hijo, espabila, que hay cola». Y a un paso estaban el Bar Maleno, Calzados Marta, Figueroa, El Siglo, Siro Gay (que tenía menaje y confección), Lámparas Civantos y Plásticos Gima, que fueron de los primeros en traer a la ciudad las flores de plástico de colores y los tupperwares.

Cerca estaba el Segundo Requeté y más allá el Camino Llano, zona conocida como las afueras de Carrasco, donde abundaban las cocheras, entraban los autobuses y también había talleres como el de Catalino, que luego se fue a una nave inmensa junto a Contiñas. En Camino Llano también vivían los Mostazo, que abrieron una tienda preciosa en la calle San Pedro. Era San Pedro un entorno privilegiado: cerca del catastro, de Los Cabezones, que era un comercio de alimentación, de la charcutería de Antonio Pérez, de la tienda de muebles de Cordero, de la pastelería de don Valentín Acha..., en aquel centro comercial abierto que era entonces Cáceres, muy cerca de Sederías Oriente, Paniagua, zapatos El Cañón o la peluquería de Las Manolitas.

Era el Cáceres de la vida cotidiana, siempre retratada en su periódico de toda la vida: el Extremadura, donde trabajó durante muchos años Andrés Burgos, nacido en 1907 y que despertó desde muy pequeño una afición inusual por la fotografía. Burgos conoció a Leandra Álvarez, a la que apodaban La Remella, por ser hija de Lorenza y Nicolás El Remello, que vivía por San Ildefonso y que llamaban así porque decían que tenía una mella en el ojo y siempre dormía con él abierto.

Era ese Cáceres de la calle Caleros, donde vivía la familia de Maribel Corrales, en una vivienda a la que todos llamaban la Casa de la Rita, que estaba justo enfrente de Josefita, un comercio con el que luego se quedó el hijo de Josefita, Antonio Jiménez.

El Fielato

Era en aquella época la avenida de Portugal el más importante nudo comercial y de comunicación de la ciudad dada su cercanía con la estación de ferrocarril y con el Fielato, nombre popular que recibían las casetas de cobro de los arbitrios y tasas municipales sobre el tráfico de mercancías. Fue el de la avenida de Portugal, donde ahora está la oficina de Caja Madrid, el último Fielato que tuvo el ayuntamiento. A su alrededor florecieron importantes negocios como el almacén de piensos de los Muriel, popularmente conocido como los Siriri, los Santos, los Gabino Díez o el inolvidable comercio de Galiche.

Eran los años en que Leoncia Gómez Galán trabajaba como criada en la casa de don Felipe Alvarez de Uribarri y voceaba cada mañana el Extremadura y donde El Nano paseaba una imagen de la Montaña implorando lluvia y el Chato de los Metales. El Cáceres que un día estuvo la ACB; la ciudad en la que Womad se fijó para conseguir que su marca tuviera el escenario más bello del planeta.

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