Opinión | Seis candelas
El quejío de la diversidad
Dejó dicho Antonio Machado Álvarez, padre del poeta que acabó su Víacrucis de exiliado en Colliure, que una seaeta venía a ser como «una copla disparada al empedernido corazón de los fieles». Una tradición cantora, sin acompañamiento musical, que hace contener el aliento de quien contempla el paso de Cristo o la Virgen. La saeta se cantaba y se canta en Cáceres con nombre propio, de Juan ‘Borrasca’, al ‘Niño de la Ribera’ o Teresa ‘la Navera’ o Pedro Méndez. También en la saeta hay relevo generacional con Jorge Peralta o Tamara Alegre. La saeta, un canto desgarrado nacido de la diversidad, de la mezcla de culturas. Quejíos alimentados desde las mezquitas andalusíes, de salmodias sefardíes y los cantos procesionales de los franciscanos. Invocaciones a la misericordia que debería unir también a las tres religiones.
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