HISTORIAS DE EXTREMADURA

Lucio, el abuelo extremeño de Pedro Torrijos que nunca olvidó de dónde venía

El escritor y comunicador cultural comparte en redes sociales una historia que ya han leído más de millón y medio de usuarios

Lucio, el abuelo extremeño de Pedro Torrijos que nunca olvidó de dónde venía

Lucio, el abuelo extremeño de Pedro Torrijos que nunca olvidó de dónde venía / Twitter @/Pedro_Torrijos

Una vez más, las raíces extremeñas son protagonistas de una historia que destaca en la selva de las redes sociales. El escritor y comunicador cultural, Pedro Torrijos, cuya última novela se publicó el pasado mes de mayo, se ha acostumbrado a compartir historias a través de su perfil de Twitter (ahora llamado 'X'). Una de ellas es especial para nosotros, ya que demuestra, a la perfección, el arraigo de la esencia extremeña.

Nos situamos en Peraleda de San Román, un pequeño pueblo de la provincia de Cáceres de apenas 400 habitantes. Allí, nació Lucio. Un hombre sabio, sin estudios, pero que se desenvolvía bien con la lectura y escritura. Un hombre que sabía con increíble precisión, cómo y dónde golpear la rama del olivo para que cayese el mayor número de aceitunas de una sola vez. Un hombre que poseía una gran capacidad a la hora de encontrar soluciones.

Un hombre que nunca olvidó de dónde venía. Y cuya historia conocemos gracias a su nieto.

"Mi abuelo murió en Madrid, pero le habría gustado morir en su pueblo.

Allí la gente habla con acento extremeño y algunas variedades dialectales curiosas; pierden la "s" al final de las palabras y, por ejemplo, el sufijo diminutivo masculino no es ni –ito ni –ino, sino –ine. Los cerdos pequeños son guarrines y si son muy pequeños son guarrines chiquinines. También sueltan más de un vulgarismo, a veces con raíz clásica. Cuando estás a punto de terminar algo, lo tienes quasi terminado; el agua más fresca corre en el maniantal y, de vez en cuando, hay que ir a comprar material al polígano industrial.

Mi abuelo Lucio había emigrado en el 62 a Madrid. Al sur de Madrid. A Villaverde. A encontrar una vida mejor. Trabajó durante 25 años en Agromán; a veces como peón, a veces como oficial de mantenimiento, casi siempre como hombre para todo. A mi abuelo Lucio se le daba bien resolver problemas.

En el 90, mi abuelo Lucio se jubiló y volvió al pueblo junto a mi abuela Argimira. Reformaron un poco la vieja casa que ellos mismos habían construido y se dispusieron a vivir la vida mejor que se habían traído de Madrid.

Mi abuelo Lucio echaba la partida casi todas las tardes. En invierno y en verano. A veces jugaban al tute, pero normalmente jugaban a la brisca. Cuando yo pasaba el larguísimo agosto en el pueblo, me gustaba acercarme a ver cómo mi abuelo echaba la partida. Sobre todo me gustaba escucharles. Las veinte en oros. Las cuarenta. Arrastro. Para un niño, la partida era un lenguaje en clave, un código ignoto, una liturgia fascinante e incomprensible.

A medida que fui creciendo, fui perdiendo el interés por escuchar a mi abuelo Lucio echando la partida. Por un lado, yo ya había aprendido a jugar a las cartas y, por el otro, me creía más listo y más urbano y más cosmopolita que aquellos hombres del pueblo, aquellos paletos del pueblo. Tenía 16 años y era un auténtico imbécil.

Una tarde plana y larga de septiembre, me encontré otra vez escuchando a mi abuelo Lucio jugando a la brisca. No recuerdo exactamente por qué estaba allí. Quizá me creía ya un usuario legítimo de los bares; a lo mejor me lo pidió mi abuela. Entre arrastros y cuarentas, los hombres charlaban de la vida y de todo lo demás, claro. Mi abuelo, que llevaba ya veinte años viviendo en Madrid, no escatimaba en maniantales, políganos ni quasis. Yo sonreía con superioridad.

Al terminar la partida, mientras subíamos juntos a la vieja casa que había construido y había reformado, le dije:

—Joder, abuelo, llevas ya veinte años viviendo en Madrid y todavía hablas con “políganos” y “maniantales”.

Mi abuelo me miró entornando los ojos como los entorna un halcón y sonrió como sonríe un halcón:

—¿Tú te crees que yo no sé que se dice “polígono” y “manantial”? ¿Crees que no sé que se dice “casi”? Pues claro que lo sé. Pero también sé que aquí siempre se ha dicho “polígano” y “maniantal” y “quasi”. Y que al final significan lo mismo y así es como he hablado siempre. Además, si les hablo como hablo en Madrid me tomarían por un señorito. Y yo no soy un señorito.

Yo tenía dieciséis años y me di cuenta de que era un auténtico imbécil. También me di cuenta de que a mi abuelo Lucio se le daba bien resolver problemas."