Opinión | La columna

Los Idus de mayo

Tengo la sensación de que los resultados del partido color naranja no van a ser todo lo buenos que ellos quisieran

Recuerdo, hace ahora unos cuantos años ya, cuando irrumpió, en el panorama político español, el partido de Ciudadanos. Lo dirigía un joven prometedor que había resurgido en Cataluña y cosechado allí unos buenos resultados, algo siempre difícil tratándose de un partido que no defendía una Cataluña despegada de las demás regiones de España.

Así que Albert Rivera, vestido de naranja, se lanzó a la aventura de presentarse, con un buen equipo, para intentar acabar con el eterno bipartidismo que reinaba en nuestro país hacía ya demasiadas décadas. En cuanto al color elegido, puesto que el azul, y el rojo, y el violeta, y el verde estaban ya cogidos, alguien sopesó que el naranja, aunque un poco chillón a primera vista, era un color adecuado. Un color al que los hogares españoles estaban acostumbrados a abrirle siempre sus puertas, cuando así venían vestidos aquellos abnegados trabajadores quienes, botella al hombro, no tenían pereza alguna en subir los pisos que hiciera falta, en muchos casos sin ascensor, para llevar la chispa de gas que cada hogar necesitaba.

Y consiguió Albert Rivera, con ese color, colarse en los hogares y en el Congreso con una representación de hasta cincuenta y nueve Diputados, en su mayor representación. El bipartidismo había tocado a su fin en el Parlamento español, pero ahora tocaba jugar a ver quién conseguía más apoyos, juntando diputados de unos y otros partidos para conformar mayorías que hicieran posible la gobernación del país. 

Pero tuvo mala suerte Rivera con los malditos adverbios monosilábicos, porque en lugar de coincidir con Sánchez con la cantinela repetitiva del afirmativo «Sí es Sí», se encontró con la del negativo «No es No», así que no hubo manera de arrimar sus diputados a los de Pedro para poder gobernar con él. 

Lo que vino después, todos los sabemos porque los batacazos electorales que fue sufriendo el partido naranja allá donde se presentaba, hizo al joven político presentar su dimisión, no sin antes dejarnos, a todos, unas buenas muestras de buen orador desde la tribuna del Congreso de los Diputados. Un nuevo amor y un nuevo horizonte laboral ayudaron a Rivera a comprender que hay vida después de la política y que no todo iba a ser tan «malo» como lo pintaban. 

Conque cuando el líder de un partido se va, le toca al segundo tomar las riendas y eso fue, ni más ni menos, lo que hizo Inés Arrimadas. Como una verdadera y auténtica conquistadora, con su armadura naranja y lanza en ristre, se propuso levantar de nuevo su partido que, después de haber conocido la gloria, rozaba ahora el suelo, maltrecho y malherido.

Las urnas son las que mandan porque es donde, libremente, los ciudadanos, o «la ciudadanía», como les gusta decir a los políticos, es soberana para elegir a los que quiere que le gobiernen. No obstante, tengo la sensación, sin temor a equivocarme, y sin ser un avezado entendedor de la política, que los resultados del partido color naranja, en los comicios que vienen, no van a ser todo lo buenos que ellos quisieran.

Cuando, hace más de dos mil años, avisaron a Julio César que se cuidara de los «Idus de Marzo» no fue en vano porque todos sus generales, allegados y amigotes se apresuraron a hincar sus puñales en él, incluso el propio Bruto, a quien él consideraba su hijo. Debería, pues, estar, Inés, arrimada a algún otro partido político, y bien asesorada y convencida para afrontar, con éxito, los «Idus de Mayo» que se avecinan.

*Ex director del IES Ágora de Cáceres

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