Extremadura desde el Foro

"No estarás sola"

El acto implica de facto una modernización de la institución monárquica

La Princesa Leonor y su padre, el Rey.

La Princesa Leonor y su padre, el Rey. / EL PERIÓDICO

Alberto Hernández Lopo

Alberto Hernández Lopo

Dentro de la muy polarizada política española, existen debates que ocupan una posición lógica. No son consecuencia (al menos, inmediata) de intereses más o menos particulares, más o menos espurios. Ni tampoco provocados artificialmente para satisfacer a los ya convencidos. Desde luego, la forma de organización del estado no parece un tema menor. Lo que no impide de ningún modo que se pueda cuestionar, dentro de los cauces de la discusión democrática y constitucional, el sistema con el que nos hemos dotado. Nuestra monarquía parlamentaria. Declararse republicano no es un acto de rebelión ni te sitúa fuera del ordenamiento jurídico. De hecho, por más que haya ciertas fuerzas que intenten capitalizar o convertirlo en identidad, la condición de republicano no es exclusiva de la izquierda. O del nacionalismo. Es tan presuntuoso concluir que no habita ni un solo republicano en las filas de los populares como obviar que hay furibundos adeptos monárquicos en las filas socialistas, por ejemplo. Ambos son convencimientos transversales. 

Algunos de los argumentos del republicanismo están perfectamente conformados. España está rodeada de repúblicas en las que la representación del estado está cubierta y demostrado probada eficacia como forma de organización del estado. La existencia de una institución por naturaleza hereditaria en sociedades abiertas entiendo que sea cuestionable para muchos. A eso le otorgan la denominación de ‘anacronismo’, y quizás algo de eso haya en sociedades democráticas donde el ideal que impera (o debe hacerlo) es el mérito personal. Puedes sentirte incómodo siendo ‘súbdito’ de alguien, lo que -semánticamente- puede tener una reminiscencia de tiempos ya pasados. Puedo asumir que, desde la razón, se defienda la falta de necesidad de la monarquía en España.

Nada de esto, en cambio, justifica la ausencia de los grupos parlamentarios al acto del pasado martes. Esta falta se realiza además en bloque, por más que alguno soltará como coartada liberatoria la posibilidad de ‘romper las filas’, lo que en sí dice más de lo que se pretende del régimen de partidos.

La monarquía asegura una defensa de los símbolos y la representación del Estado

Quizás hayamos asumido con excesiva naturalidad que la política actual es de gestos. La pura pirotecnia como concepción de la política. El tuit (o como rayos se llame ahora) como canal de expresión, de por sí simplificado, sin mucho margen para matices. Pero la obligación de los representantes populares era estar en la jura de la constitución por parte de la futura reina Leonor. Existen muchas formas de mostrar disconformidad, pero la presencia en un acto reglado de la cámara de la que forman parte sólo es un pataleo y un desprecio no a sus votantes, sino a los del resto de partidos que sí estaban presente. No entender esto ya explica demasiadas cosas. Pero es que su propia ausencia es una muestra de la contradicción de sus tesis. Cuando no del marcado infantilismo con la que muchas formaciones desarrollan su práctica política. 

Porque el acto implica de facto una modernización de la institución monárquica. Un evento creado ad hoc para su propio padre, la adhesión pública de la princesa de Asturias a nuestra constitución es una vuelta de tuerca a la figura actual de un monarca. No es para nada un ‘anacronismo’ el acto en sí: con él Leonor no nos hace ‘súbditos’ sino que asume que deberá rendir cuentas de su proceder y que debe su ‘trabajo’ a todos los españoles. Ahí radica la importancia del acto en el que, frente a un poder del estado, Leonor promete guardar la soberanía nacional (que no ‘popular’, recomiendo a muchos que lean bien nuestra norma principal). No somos súbditos de nadie, sino que todos conformamos el reino de España. Allá cada uno con lo que sienta, pero la representación pública no es lugar para ello.

Es por más curioso que aquellos que se explayan en formas, muchas veces en detrimento del fondo, sean ahora contrarios a un acto que es eso: formal. Pero es que además la monarquía asegura una defensa de los símbolos y la representación del Estado, apartadas del embarrado fango del partidismo. Tengan claro que cuando muchos sueñan con el cambio del jefe del estado lo que visualizan no es otra cosa que a uno de los suyos en esa poltrona.

En el magnífico discurso, el rey le dijo a su hija que «no estarás sola». No, no lo estará, porque muchos españoles comprendemos el valor de esta monarquía, ajustada a estos tiempos y cuya presencia es en sí la garantía de igualdad de todos los españoles. 

* Consultor financiero.