A la intemperie

Un millón de millones

Cada español debe más de 34.000 euros, entre ellos usted. Sostener el engaño precisa aumentar sin fin el número de subsidios y subsidiarios

Billetes de euro.

Billetes de euro.

Fernando Valbuena

Fernando Valbuena

Es lo que heredan los españolitos al nacer. Deudas. Cada español debe más de treinta y cuatro mil euros. Usted, usted y usted. Tomen nota porque, antes o después, tendrán que pagar sus deudas. No es magia, es matemática.

A día de hoy, gobernar se resume en gastar más y de más. En general todos. Unos más que otros, por supuesto. Los socialistas siempre más. Es curioso, tan sencillitos ellos y gastan más que las marquesas de Serafín. ¿Se acuerdan de Serafín? ¿No? ¿Se acuerdan de La Codorniz? Pues eso, más que las marquesas de Serafín. Y ahora aún más, porque además de socialistas son comunistas. Todo a cañón. Que lo apunten, que alguien vendrá y lo pagará; ellos no, por supuesto. Los que vayan a nacer que arreen; de momento, Sánchez ya les ha contrachapado otros ocho mil euros de deuda per cápita. No, no se dejen engañar por los defensores del creciente endeudamiento, no, no es justo cargarle la cuenta de la farra a otro. No es magia, es caradura.

Gobernar así es el triunfo de los rateros y de sus parientes los sablistas. Lo triste es que, una vez más, la mayoría de los votantes, narcotizados, parecen aplaudir. Será por aquello de que la vela que va delante es la que alumbra o por aquello otro de que muerto el burro, la cebada al rabo. ¡Que la deuda pública supera el millón y medio de millones de euros! ¡Nada! ¡Nada! ¡Viva el lujo y quien lo trujo! Así que, como si se tratara de conseguir una plusmarca olímpica, a cada derrochador le sigue otro mayor. No hay gobernante que no gaste más que su predecesor… por la cuenta que le tiene. ¿Recortes? ¡No, nunca, nadie! ¡Jamás! Al contrario, a un despropósito le sigue un disparate y a un disparate, un despropósito.

España está quebrada. Vive del crédito que en cada momento quiera concederle Europa. España chapotea entre el expolio y la limosna sin ni siquiera reconocer que los presentes niveles de deuda pública conducen inexorablemente a menos empleo y más impuestos

España está quebrada. Vive del crédito que en cada momento quiera concederle Europa. España chapotea entre el expolio y la limosna sin ni siquiera reconocer que los presentes niveles de deuda pública conducen inexorablemente a menos empleo y más impuestos. Pero esto no le preocupa al socialismo, al contrario, es su modus operandi. El socialismo es una estafa piramidal al estilo de las perpetradas por Doña Branca. ¿Se acuerdan de Doña Branca? Consiste en vaciar la bolsa de quienes trabajan y ahorran para repartir el botín entre los que ni trabajan, ni ahorran. Pongamos por caso: si le quitas dos mil euros a uno que trabaja y vacías la caja en otros dos mil, para repartirlo todo a razón de mil euros entre cuatro que no trabajan, pierdes un voto pero ganas cuatro. Para sostener este engaño piramidal es necesario aumentar constantemente el número de los subsidios y de los subsidiados; y a esa espiral diabólica -que en su grado extremo conduce al comunismo, es decir, a la miseria extrema- se entregan con ansia nuestros gobernantes. A cañón. Cueste lo que cueste. No importa. ¿De quién es el dinero público? Según Carmen Calvo, conspicua luminaria socialista, de nadie. En semejante dislate se funda toda doctrina económica socialista. Y, sin embargo, lo que merecería el aplauso de los ciudadanos honrados, es lo otro: cuadrar las cuentas, dejar al partir más de lo que había al llegar. Tiene más mérito, pero no da votos; o, al menos, no los da de inmediato.

Quizá todo iría mejor si los cargos públicos respondieran con su patrimonio de las deudas en que incurrieran; quizá una medida tan sencilla fuera suficiente para ahuyentar a los ratones, para salvar el queso. Quizá así repartieran riqueza y no miseria, empleo y no subsidios. Quizá así descubrieran que el dinero público es de todos, que gobernar es administrar con tino y prudencia y no despilfarrar con el fin bastardo de obtener réditos electorales inmediatos. Y es que la heroína no es buena, aunque el primer chute sea placentero.

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