Opinión | Jueves sociales

Ucrania no es Troya

Flores en memoria de Navalny

Flores en memoria de Navalny

La guerra de Ucrania aparece ya en el libro de texto que mi hijo estudia en sexto de primaria. Viene citada en el tema que se dedica a la UE, unas breves líneas que no hablan del horror, aunque sí se atreven a acusar a Rusia de desencadenar el conflicto. Si los alumnos de sexto leyeran el periódico o escucharan la radio o se pararan delante de la tele justo cuando se emite el telediario podrían ampliar esa información, porque no se trata de un hecho histórico de hace siglos, ni siquiera de uno en el que ya se pudiesen estudiar las causas y consecuencias; pero seguramente se leerán las dos líneas, se aprenderán de memoria las instituciones de la UE, y olvidarán todo en el preciso instante en que entreguen el examen y salgan al patio. Si fueran aficionados a la mitología, como mi hijo, digna herencia materna construida con los hilos del anochecer y las palabras que se susurran bajo la almohada (cuéntame un mito más, mamá), verían que todas las guerras se parecen y son igual de dolorosas. Y que la unidad europea está construida sobre la sangre y la muerte de tantas batallas que apenas caben en la memoria de estos niños que tendrán que aprenderse todas, sin llegar a comprender que detrás de cada renglón hay una versión diferente. Yo he enhebrado por las noches la guerra de Troya, y he desplegado para mi hijo la belleza de Helena, el destino de Héctor o la huida de Eneas, sin adivinar que estaba preparándole para acercarse a una historia mil veces repetida. La leo hoy mismo en el periódico, cuando veo a Liudmila Navalnaya, la madre de Navalni, el opositor ruso muerto en circunstancias extrañas, suplicar a Putin que le entregue el cadáver de su hijo para enterrarlo dignamente.

La madre de Navalni tiene la grandeza de la tragedia clásica, como Príamo, pero Putin solo se parece a Aquiles en que quiere pasar a la historia como un gran guerrero, solo que uno es un personaje de ficción, cuyas hazañas han se conocen de siglo en siglo, y otro, un personaje que parece real aunque no debería serlo, una caricatura de la grandeza que sí tienen los héroes y algunos humanos, pero a la que nunca podrán acercarse aquellos que caen en la locura de creerse a salvo no solo de los castigos divinos sino también de las leyes humanas

Ya Homero nos describió cómo Príamo, rey de Troya, atravesó el campamento de los griegos, en mitad de la noche, para suplicar a Aquiles que le dejara enterrar a su hijo Héctor. Su cadáver había sido atado a un carro y arrastrado por el campo, y luego se abandonó para servir de comida a los pájaros. Aquiles se apiada y entrega el cuerpo al anciano rey, que se sabe condenado a un destino inevitable. Héctor trató de evitar la guerra, pero cuando esta estalló, se lanzó a defender su ciudad sin mirar atrás, sin la cobardía de Paris y no temió enfrentarse a Aquiles. Navalni volvió a Rusia sabiendo que seguramente iban a encarcelarle, pero tenía que regresar para seguir luchando contra la corrupción de su país. Volvía de Alemania, donde fue trasladado tras sufrir un intento de envenenamiento, muy parecido al que han sufrido otros opositores al régimen de Putin. Ahora su madre, enfrente de la cárcel, igual que Príamo delante de la tienda de Aquiles, pide poder ver el cadáver de su hijo. Pero la historia tiene muy poco que ver con la mitología, y no es un cuento para que un niño se duerma por las noches. No habrá entrega porque no se permitirá la autopsia, no habrá tampoco consuelo para la madre como sí lo hubo para Príamo, y no podremos ver un gesto de nobleza porque Putin no es un héroe, ni el personaje principal de una epopeya. La madre de Navalni tiene la grandeza de la tragedia clásica, como Príamo, pero Putin solo se parece a Aquiles en que quiere pasar a la historia como un gran guerrero, solo que uno es un personaje de ficción, cuyas hazañas han se conocen de siglo en siglo, y otro, un personaje que parece real aunque no debería serlo, una caricatura de la grandeza que sí tienen los héroes y algunos humanos, pero a la que nunca podrán acercarse aquellos que caen en la locura de creerse a salvo no solo de los castigos divinos sino también de las leyes humanas.

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