Opinión

Influyentes

El doble de Carlos Jesús.

El doble de Carlos Jesús. / EL PERIÓDICO

Hay que tener cuidado con los gurús a los que se sigue. Porque, con la popularización de las redes sociales, han proliferado cantidad de personajes que predican su doctrina sin necesidad de subirse a un estrado, a un púlpito o a una tarima, sin tener que responder por nada ni rendir cuentas ante nadie, esgrimiendo argumentos, lanzando consignas o sentando cátedra sin acreditar experiencia alguna ni, tampoco, un conocimiento de la materia a propósito de la que se manifiestan, y elaborando discursos generalistas, plagados de vaguedades, imprecisiones, inconcreciones, lugares comunes, consignas, presuposiciones y contradicciones. Las redes se han convertido en un espacio especialmente fértil para la transmisión de información, para la pedagogía y para la comunicación.

Pero existe una ausencia tal de autocontrol, de regulación, de criterio y de filtros que este terreno está siendo abonado a veces para la proliferación de jaramagos y malas yerbas, y no para la floración de hermosas y delicadas flores o para la producción de suculentos frutos. Siempre se ha dicho que las herramientas no son malas ni buenas, sino que depende del uso que se les dé así podrán entenderse como inventos celestiales o del maligno. Con Internet y las redes sociales pasa algo así. Cada vez hay más individuos que se sirven de las redes para promocionarse, para vender su producto, para adoctrinar, para teledirigir y para manipular voluntades. Y su alcance social y el prestigio que se les confiere, desde ciertos sectores, va in crescendo.

Viendo y escuchando a algunos de estos autodenominados ‘influencers’, a uno se le viene a la mente Carlos Jesús, “el Micael”, aquel personaje que popularizó Alfonso Arús en la Antena 3 de los años noventa, un vendedor de humo que hacía caja convenciendo a los parroquianos poco menos que de ser un enviado del Altísimo, y de que, gracias a sus dones, a sus poderes, podía curar los males de quien a él acudía con el correspondiente estipendio. Lo de ahora es mucho más sofisticado. Quienes venden la burra en las redes sociales gozan de un gran poder de convicción, de medios suficientes para presentar productos audiovisuales de factura técnica impecable y de un arrojo fuera de lo común para presentarse como los mejores en lo suyo y alcanzar la condición de prescriptores de las más variadas materias. Pero muchos de ellos, aunque se hayan sacudido la caspa y no exhiban una imagen extravagante, representan una estafa de dimensión similar a la de aquel personajillo de la caja catódica, que se aseguraba un medio de vida con sus extravagancias, pero que provocaba hilaridad en la mayoría del público.

Ahora, los seguidores de estos ‘influencers’ son un nutrido rebaño, y se muestran tan ensimismados que no toleran ni un atisbo de crítica a sus referentes. Uno se da cuenta de que, con el tiempo, todo es susceptible de empeorar. Y de que el ser humano tiene cierta tendencia a comprar mercancías averiadas, aun sabiendo, con seguridad, que a los expertos que más merecen la pena no hay que buscarlos en las redes, sino en sus colegios, en sus consultas y en cualesquiera que sean sus centros de trabajo.

* Diplomado en Magisterio