Contra de sexta

Cirugía mayor ambulatoria

Rosa María Garzón Íñigo

Cada vez son más las intervenciones quirúrgicas de este modo que, sobre todo, trata de potenciar la capacidad de resolución y reducir las listas de espera, que el atascado Sistema de Salud Extremeño padece desde hace décadas en Áreas de salud como el de Plasencia y que está demostrando ser un modelo de gestión bastante eficiente, a todos los niveles.

En principio, el paso por la unidad depende de varios factores que el paciente ha de reunir, entre otros y si no se presentan complicaciones postquirúrgicas significativas como es previsible y todo marcha dentro de la normalidad, el alta se producirá el mismo día, por lo que conviene tener familiares que le cuiden y disponer de vehículo para su posterior traslado al domicilio donde vayan a atenderlo, dados los riesgos que conlleva el postoperatorio.

Porque, aunque no lo comuniquen debidamente en la consulta médica de cirugía o, posteriormente, en la llamada de información del día y hora de la operación como debiera de ser, al llegar hacen firmar al familiar un compromiso para vigilar al futuro intervenido en las siguientes cuarenta y ocho o setenta y dos horas. Cosa que, en mi opinión, debería de avisarse con antelación por motivos obvios de organización vital de cada quien. Al menos, se supone que si estas circunstancias no se reúnen, el paciente puede ingresar en el hospital de referencia sin problema, o, devolverlo a la lista de espera de quirófano, asegurando su posterior ingreso.

Ante una operación del cualquier tipo, los nervios son inevitables y los pensamientos repasan los temas pendientes, sin tiempo para dejar todo en orden, se improvisa como se puede y se concluye que pase lo que tenga que pasar, no queda otra. Una vez en quirófano, rodeada de cinco o seis personas, habitualmente desconocidas, la sensación de estar perdida de la persona aumenta, ya no hay vuelta atrás, la anestesia entra en tu cuerpo y… no recuerdas nada más. Cuando despiertas, si ha ido bien, ha pasado todo y ni sabes dónde estás. Es en ese momento, aunque en el resto del proceso también, cuando la comunicación con el paciente debe de ser amable y cuidadosa, pues su vulnerabilidad se agudiza sin poder evitarlo.

Lograr que en estos instantes tan delicados la empatía florezca de forma natural debería de ser ley en el protocolo de cada hospital, por vocación, no por obligación. Difícil tarea en este sistema cada día más corrompido por la prisa y las cifras, en el que la deshumanización se cuela sin remedio, cuando, como todos sabemos y da título al libro de la doctora Carmen Sánchez Alegría: El amor es la mejor medicina.