obituario
Muere José Luis Caldera, el cura de Cáceres que marcó una época
Nacido en 1934, su marcha deja un profundo vacío entre decenas de generaciones de cacereños
José Luis Caldera nos ha dicho adiós. Y lo ha hecho sin recuperarnos todavía de la muerte de Juanvic (empresario del quiosco de flores de Cánovas) ni de la de ayer de Pepe Rojo (reputado comerciante de Tiendas Rojo). El sacerdote, miembro de una de las sagas de fotógrafos más queridas de Cáceres, ha muerto esta madrugada y su funeral se celebrará a las cuatro de la tarde de mañana en la iglesia de Fátima.
Caldera, hijo de Santiago, el camarógrafo que dio prestigio a este apellido y que inmortalizó con su célebre Bambi a cientos de niños, novios y militares, se ordenó cura en los años 60 y enseguida se sintió afortunado por todo lo que Dios le había concedido: profesor de Religión en el Norba Caesarina, capellán de Las Carmelitas, predicador en Las Josefinas, en el sanatorio de La Consolación, José Luis también fue consiliario en la Asociación de Viudas y colaborador en San Jose.
Dedicó gran parte de su vida a la formación de la juventud. Desde su primer inolvidable primer destino en Zarza de Granadilla, nunca perdió su aureola de bondad, su mirada amplia, sus manos sin arrugas y su carácter de hombre alegre, extrovertido y dialogante.
La familia creció en el barrio de las Casas Baratas en el seno de una familia de ocho hermanos: Puri, Esperanza, Manolo, Ángel, Tito, Enrique y Domingo (estos tres últimos heredaron la pasión paterna por la fotografía). Caldera tenìa 89 años y residá en la calle Santa Joaquina de Vedruna. Ha fallecido en el Hospital San Pedro de Alcántara.
Nacido en Cáceres en 1934, tenía 12 años acudió a un emotivo acto de misiones de la mano de su madre. El sacerdote alzó un crucifijo y dijo: "Tú puedes salvar al mundo" . El pequeño José Luis pensó que se lo decía personalmente. Aquella frase le impactó tanto que poco después ingresó en el Seminario, no para salvar a la humanidad, pero sí para aportar su grano de arena.
El sacerdote, que también tuvo una inclinación especial hacia los enfermos con visitas diarias a clínicas, era un auténtico enamorado de Cáceres, de su patrimonio, de sus iglesias centenarias y de sus tradiciones. "Entre mis recuerdos más intensos siempre estará la bajada de la Virgen de la Montaña, es un día especial", señalaba. Si volviera a nacer, no lo dudaría: "Sería sacerdote porque me encuentro plenamente feliz", dijo un día a este diario ese cura que marcó a toda una generación de cacereños.
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