Comprendiendo la realidad

Semana Santa: la fiesta de la eternidad

Semana Santa: la fiesta de la eternidad

Semana Santa: la fiesta de la eternidad / Carlos Gil

Domingo Barbolla Camarero

Domingo Barbolla Camarero

Estamos en Semana Santa, a nadie se le escapa este tiempo cambiante ante lo cotidiano. Estudiantes sin estudio, trabajadores ausentes -casi todos- de sus oficios, calles en procesión en olor a velas y acompañados con trompetas y tambores recreando el tiempo ‘sagrado’ que da pie a la semana en su conjunto. Hace unos días escuché a una persona decir que «las fiestas son tiempos para vivir de forma distinta».

Así es, magnífica definición que bien acoge la Antropología como disciplina. Tiempo especial en el que se nos permite cambiar rutinas como las señaladas, pero hay más; en este tiempo santo, hay más. Celebración sublime desde la cual asumimos el sufrimiento en su máximo espesor, y a la vez, la superación, no tan solo del mismo, sino del límite del tiempo -que es lo mismo que decir que de la finitud-. Celebramos ese tiempo que nos corresponderá a todos nosotros, el tiempo del después desde la promesa del horizonte limpio según los deseos permanentes de inmortalidad.

¡Uno de nosotros ha resucitado! Uno que nos enseña el camino por el que hemos de transitar. Dolor, como el surgido de la vida misma, junto a la esperanza prometida por el Cristo resucitado. Sufrimiento como horizonte junto a la luz permanente del tiempo que ha de ser eterno como imagen consolada del Misterio.

La Semana Santa acoge el límite máximo al que podemos aspirar, la forma distinta de estar en el mundo, tiempo que recrea lo permanente, lo que hemos llamado tiempo sin tiempo, la fe expandida en procesiones, ritos ancestrales, silencio ante el Cristo Negro que cruza la puerta hacia el después para regresar triunfante y con Él toda la humanidad.

Celebremos, celebremos este tiempo santo, el único verdaderamente santo. Recreemos la sacralidad en cuantas procesiones queramos asistir como penitentes o asistentes, volquémonos en este tiempo santo, en este tiempo de vivir distinto como preludio al después. Nos vemos en procesión junto al Misterio, forma esta de honrar, por otra parte, la tradición. Un tiempo en verdad distinto, el más de todos, imposible superar el encuentro con lo permanente de forma anticipado, como antesala festejada a la presencia del Dios de la fe.