Opinión | Nueva sociedad, nueva política

Los pájaros contra las escopetas

Multimillonarios que piden pagar impuestos mientras los gobiernos no mueven un dedo para ello y sindicalistas haciendo llamamientos para perjudicar las expectativas de los más vulnerables

El secretario general de UGT, Pepe Álvarez.

El secretario general de UGT, Pepe Álvarez. / El Periódico

El pasado 18 de enero, mientras los líderes mundiales se reunían en el World Economic Forum (Foro Económico Mundial), en Davos (Suiza), 207 multimillonarios de 14 países —la mayoría anglosajones, ningún español—, firmaron una carta dirigida a esos líderes políticos, en la que retumbaba una pregunta: «¿Por qué, en esta época de múltiples crisis, se sigue tolerando la riqueza extrema?».

En la carta, los ultrarricos dan algunos datos. Por ejemplo: durante los dos peores años de la pandemia de COVID-19 los diez hombres más ricos del mundo duplicaron —sí, duplicaron— su riqueza, mientras que el 99% de la población vio caer sus ingresos.

No es, ni mucho menos, la primera vez que los multimillonarios piden pagar más impuestos. De hecho, existen ya varias iniciativas, como el grupo que se hace llamar «Millonarios patrióticos», la campaña «Grávame ya» o la asociación «Millonarios por la Humanidad». En esta última carta, la exhortación a los políticos resulta casi desesperada: «Ustedes, nuestros representantes mundiales, tienen que gravarnos a nosotros, los ultrarricos, y tienen que empezar ya».

Sería gracioso, si no fuera verdaderamente sangrante, que, por ejemplo, el presidente español, Pedro Sánchez, según se encargó de difundir la propia web de Moncloa, hiciera en Davos «un llamamiento a las élites mundiales para que contribuyan a revertir las desigualdades». Justamente el mismo día en que los millonarios le pedían, por favor, como a un líder más, que les cobrara más impuestos.

Estos «ultrarricos», como ellos mismos se denominan —los herederos de Disney o BASF, por poner dos ejemplos—, no se conducen por un afán filántropo o un repentino espíritu de generosidad —no serían ultrarricos, si así fuera—, sino que reconocen que es «una inversión». Evidentemente, ellos tienen más información que nadie al respecto, y saben que el chiringuito capitalista se está yendo al garete. Pretenden evitarlo, y bien saben que la única forma es repartir el capital.

Apenas mes y medio después, el pasado 9 de marzo, el secretario general de UGT, Pepe Álvarez —que cotiza por más de 4.000€ mensuales y reside en Madrid en un inmueble propiedad del sindicato—, propuso en un acto público que se les dejase de pagar cualquier tipo de subsidio público a los desempleados que no aceptasen una oferta de trabajo.

Hubo un tiempo, ya lejano, en que estas afirmaciones las hacían los empresarios y los políticos conservadores, mientras los sindicatos se batían el cobre para defender los derechos de los trabajadores, y, lo que es más importante, para entender cómo su extrema precariedad les empuja a tomar unas decisiones y no otras.

Sin embargo, en el momento en que estamos viviendo, con las mayores tasas de pobreza que se recuerdan, con un desempleo crónico, con una terrible inflación, con el incremento constante de las hipotecas, al jefe de una de las principales organizaciones sindicales españolas no se le ocurre pararse a pensar por qué un desempleado rechazaría un trabajo. Prefiere culpabilizarle, estigmatizarle y afirmar que no merecería cobrar ni el Ingreso Mínimo Vital.

Sería escandaloso en cualquier país —en Francia arden las calles porque el Gobierno quiere que la gente se jubile a los 64 años, en España vamos camino de los 68—, pero aquí estamos tan acostumbrados al escándalo que el escándalo nos parece lo normal. Todo el mundo tiene asumido que los sindicatos clásicos se han convertido en organizaciones sistémicas que solo defienden los derechos de quienes viven de ellas.

¿Qué pueden hacer los trabajadores, los excluidos, los expulsados del sistema?

Multimillonarios que piden pagar impuestos mientras los gobiernos no mueven un dedo para ello y sindicalistas haciendo llamamientos para perjudicar las expectativas de los más vulnerables. ¿Qué pueden hacer los trabajadores, los excluidos, los expulsados del sistema?

Muchas cosas, pero una primero: «Nuestra tarea es la crítica despiadada, mucho más contra los supuestos amigos que contra los enemigos abiertos». Lo firmaron Marx y Engels en abril de 1850, en Gottfried Kinkel, artículo publicado en el cuarto número de la Nueva Gaceta Renana. Revista político-económica. Desde el punto de vista de las clases desfavorecidas, en determinados contextos, procede más la crítica a quien habla falsamente en su nombre, que a quien nunca hablará de ellas. Hoy esto resulta prioritario.

*Licenciado en CC de la Información

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