Desde el umbral

Llorar

Un hombre llora.

Un hombre llora.

Antonio Galván González

Antonio Galván González

Cuando contemplamos unos ojos lacrimosos tendemos a pensar que se han humedecido al aflorar un sentimiento de tristeza. Pero no siempre es así. Porque, igualmente, sabemos que hay lágrimas que brotan cuando alguien se desbarata de la risa o por alegría, por un dolor físico o por la mala gestión de la rabia o la frustración. A veces, tampoco podemos hallar ninguna causa emocional en el lagrimeo. Porque hay lágrimas que empañan las pupilas o se escurren por las mejillas como consecuencia de una muy prosaica y verdaderamente molesta congestión. Hay que hacer constar, además, que, tras esa explicación de que «se me ha metido algo en el ojo», no siempre se puede encontrar una mala excusa. Porque cualquier cosilla que se introduzca ahí acaba por estimular la función del lagrimal. Y el viento y el frío pueden producir el mismo efecto que el de la penetración de un cuerpo extraño en el ojo. No es que nos pasemos la vida llorando, pero, desde que nacemos y hasta que llega el óbito, alguna que otra lágrima vamos derramando o dejando caer por el camino. Unas, producto de la expresión de distintas emociones o sentimientos. Y otras, por esos sucesos accidentales de tipos físico u orgánico.

Hay gente que llora por todo, por lo bueno y por lo malo. Y personas que no derraman una lágrima ni en el momento en que más adoloridas y tristes se pueden sentir

Hay gente que llora por todo, por lo bueno y por lo malo. Y personas que no derraman una lágrima ni en el momento en que más adoloridas y tristes se pueden sentir. También existen concepciones distintas sobre la vida que sitúan las lágrimas como elemento central. Porque hay quien describe la vida como un valle de lágrimas. Y quien reniega de esa afirmación y se esfuerza por verter las menos posibles. Llorar, así en abstracto, no tiene por qué ser algo positivo o negativo. Una buena llorera, de esas de las que se producen al ver una peli que te acaricia el alma o te golpea el corazón, puede llegar a resultar terapéutica. Pero llorar prolongadamente también puede generar cansancio, desconsuelo y una desgana superior. También se puede llorar sin lágrimas. Dicen los expertos que esto puede deberse a un mal funcionamiento de las glándulas lagrimales. Pero hay veces en que la pena acaba por secar los lagrimales de quien se vacía llorando. Un golpe emocional brutal e inesperado puede provocar uno de esos llantos sin lágrimas ni sollozos. Escribiendo estas líneas me viene al recuerdo el final de la tercera parte de El Padrino, cuando Al Pacino interpreta una escena en la que su personaje se ve atenazado por el dolor más profundo que alguien, dicen, puede sentir: el de un padre viendo morir a un hijo. Michael Corleone contempla el cuerpo sin vida de su hija Mary, postrado, sujetándola, abrazándola, aferrándose a ella. Y llora sin lágrimas ni llanto, con un grito sordo, con un alarido silencioso que te atraviesa. Y es que, si lo pensamos bien, son esas las lágrimas que, a lo largo de la vida, tienen un regusto más amargo, las lágrimas invisibles, las del llanto profundo del alma.H

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