Opinión

Manuel Sevillano

Tiempos de leyenda

La tensión entre ortodoxia y tradición en el flamenco

Rosalía

Rosalía

En 1979 Camarón de la Isla publica ‘La leyenda del tiempo’, su décimo álbum. Un disco revolucionario. Hoy está considerado una de las obras más importantes de la historia del flamenco; aunque en 1979 no había muchos que estuvieran de acuerdo. Se vendieron solo unas miles copias y, encima, algunos de los que compraron lo devolvía porque eso no era flamenco.

Camarón llevaba años publicando álbumes según los palos clásicos del flamenco; pero, un poco por su convicción y otro poco por la insistencia de Ricardo Pachón, el productor, empezaron a fusionarlo con otro tipo de músicas como el jazz, el rock e incluso el sitar indio.

La ruptura con la tradición dejó una obra maestra que ahora ya nadie discute; pero, ya digo, la cosa no siempre fue así y el flamenco se dividió entre los clásicos y los nuevos flamencos. ÁlexD’Averc escribía en la revista Rockdeluxe, una biblia de la modernez musical de la época, «Si el entramado de sutilezas interpretativas e intrigas bizantinas que rodean al flamenco hace que los debates que surgen en su seno duren más, el de la tensión entre ortodoxia e innovación tiene el mérito de ser el más largo y encarnado de todos ellos. Se trata de la eterna polémica de si el cante debe seguir siendo la recreación continua de un canon ya fijado o si, en cambio, debe aceptar nuevas formulaciones para no agotarse, aun a riesgo de que se disuelvan sus esencias primigenias».

El cisma con más o menos virulencia continuó. En 2002 un flamenco de los clásicos, aunque con escarceos con la fusión, como Manuel Agujetas declaraba: «Lo que están haciendo es una mala copia del flamenco. Cualquier muchacha sale chillando como un perro. Flamenco puro no existe, esto que hay ahora es una basura. Lo que ha bailado El Güito no vale y el muchacho que hay detrás, ése vale menos. Y a lo mejor sale otro haciendo los cantes del Camarón y el Camarón es un perro cantando: guau, guau, guau. Eso no es flamenco».

De nuevo la tensión entre ortodoxia y tradición, tensión, que dura hasta hoy con fuerzas renovadas. El periodista musical de El País, Fernando Navarro, parece más abierto que Agujetas a las mezclas y no duda en calificar el álbum de Rosalía El mal querer como una obra maestra, anticipando el rasgamiento de las vestiduras de los puristas, Obra maestra, como suena, como se lee. Imagino ya a los puristas rasgándose las vestiduras. También a todos aquellos que no soportan los fenómenos mediáticos y comerciales, y a todos los que se rebelan rápido ante la mega estimulación que cada día nos brindan las redes sociales. Cierto: cuánto ruido con Rosalía, pero, sobre todo, cuánto atrevimiento. Eso es lo más importante: el atrevimiento, pero el de Rosalía al crear un álbum como El mal querer. Se trata de un disco valiente, rupturista, como las obras maestras. Álbumes que viven en su propia dimensión. Y eso es desconcertante. Rosalía ha descolocado a todos, empezando por los amantes de la música, que intentamos traducir este trabajo en los esquemas conocidos. Y no es fácil. Pero, sobre todo, es estupendo que suceda.

‘La leyenda del tiempo’ de Camarón y ‘El mal querer’ de Rosalía coinciden en dos cosas, son considerados proyectos innovadores para su época y cabrean casi lo mismo a los defensores de la ortodoxia. Apropiación cultural, excesivo marketing, o falta de autenticidad son algunas de las críticas que recibió Rosalía. No muy diferentes a las que recibió Camarón cuarenta años antes.

‘La leyenda del tiempo’ de Camarón y ‘El mal querer’ de Rosalía coinciden en dos cosas, son considerados proyectos innovadores para su época y cabrean casi lo mismo a los defensores de la ortodoxia. Apropiación cultural, excesivo marketing, o falta de autenticidad son algunas de las críticas que recibió Rosalía. No muy diferentes a las que recibió Camarón cuarenta años antes.

Pero como bien señala el periodista musical de ABC no todo lo rupturista es necesariamente una obra maestra. Alberto García Reyes acusa al Niño de Elche de impostor, (yo no estoy necesariamente de acuerdo) El Niño de Elche no es un transgresor, sino un impostor. La transgresión es vital en el arte cuando busca generar dudas o remover conciencias. Cuando solo pretende molestar es una vulgaridad. Porque para provocar de manera positiva hay que tener mucho conocimiento. Por eso este hombre, que carece de los recursos mínimos para presentarse como cantaor, es un farsante. Porque le falta el respeto a la cultura jonda, se aprovecha de ella, la manosea. Lo digo más claro: se cachondea de la mano que le da de comer.

La época actual para las empresas es una época parecida a la de ‘La leyenda del tiempo’, los palos clásicos, los esquemas conocidos, ya no nos sirven para explicar la nueva realidad y la trasgresión puede traer obras maestras como la de Rosalía o vulgaridad como la que trae el Niño de Elche, ya digo que yo no estoy necesariamente de acuerdo. Encima C Tangana en 2021 saca El Madrileño. De nuevo aparecen los habituales que si solo es marketing, que si apropiación cultural, que si… A Tangana, que le gusta provocar, da a El Niño de Elche la oportunidad de aportar su voz característica, reforzando el enfoque experimental del álbum y su capacidad para desafiar las expectativas convencionales de la música urbana y el flamenco. Más madera.

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