la tradición más singular

El Carnaval de Cáceres: ¿Cómo se hace el Pelele?

Los barrios confeccionan en talleres su propio Febrero para quemarlo la próxima semana. La Universidad Popular recuperó hace treinta años la fiesta que homenajea a Las Lavanderas

Las cacereñas que participan en  el taller para  elaborar los peleles  en la sede vecinal  de San Marquino.

Las cacereñas que participan en el taller para elaborar los peleles en la sede vecinal de San Marquino. / Lorenzo Cordero

La tradición es clara. El Febrero es un muñeco elaborado fundamentalmente de materiales que ardan, porque ese es su destino, ser pasto de las llamas en una de las fiestas más singulares del Carnaval cacereño. El Pelele no debe superar --al menos este año-- el metro y veinte, su interior está relleno de paja salvo la cabeza, que deja opción a la originalidad con el papel maché y paradójicamente, también hojas de periódico.

Los rasgos, por supuesto, deben ser exagerados, como si de un disfraz se tratara. Con los ropajes ocurre lo mismo. Cuanto más imposible sea la combinación de prendas y colores, mejor. Debe aparentar lo que realmente es: un ser grotesco, irrisorio, un esperpento. 

La tradición es clara. Tanto como las fuentes en las que trabajaban las Lavanderas a las que rinde homenaje la celebración. La fiesta honra la historia oral de la ciudad y la memoria de las mujeres que la transmitieron.

Lo cierto es que Cáceres la desoyó durante décadas pero el aula de la Universidad Popular, con el cronista Fernando Jiménez Berrocal como padre espiritual, recuperó la ceremonia a finales de los 80. Lo que hace treinta años parecía irrecuperable ahora se ha convertido en una de las señas de identidad del Carnaval cacereño.  ¿Pero dónde está el origen del Pelele? Nació con el gremio de las lavanderas, que trabajaban todos los días del año salvo uno. Durante febrero, el más frío del año, confeccionaban un muñeco caricaturesco con el que representaban al duro mes y le dedicaban coplillas. «Eres más feo que un Febrero», solían decir. También recoge la tradición que con el tiempo hubo un títere mujer, La Febrera. A final de mes, los paseaban en procesión mientras los insultaban, los quemaban y organizaban una merienda con viandas.

Así, en ese ejercicio de justicia histórica, el Pelele volverá arder la próxima semana. Sí lo hará con un cambio en la ubicación. Este año no se quemará en la plaza Mayor sino en el paseo Alto. Sea como sea, la comitiva partirá de la fuente de Aguas Vivas, un emplazamiento cuanto menos simbólico y sentenciará a sus Febreros para que la ciudad se despoje del frío y de paso a los buenos augurios. Para que luzcan bien, vecinos de cinco barrios se esfuerzan esta semana para elaborar sus Febreros particulares, cada uno con su propio sello. 

Una vecina rellena de paja el interior del títere.

Una vecina rellena de paja el interior del títere. / Lorenzo Cordero

Los talleres están organizados por el ayuntamiento y se adjudican a una empresa. Son Santa Lucía, La Cañada, San Marquino, San Francisco, Llopis y el Espiri. Emplean un mes en dar forma a su muñeco de trapo. Este rotativo ha visitado uno de los talleres en los que trabajan a contrarreloj para confeccionarlo. No hay competición entre barrios pero cada uno quiere que el suyo quede perfecto y llame la atención del público. 

Este jueves se reúnen en la sede vecinal San Marquino Maribel, Clara, Cristina, Maripaz, Amparo, Mariluz, Gloria, Ana María, Ángela, Emilia, Luisa y Carmen. Cada semana se citan en la sede para hacer croché. Estas últimas tres semanas compaginan la costura con una tarea de lo más singular:conseguir que el Pelele sea de lo más caricaturesco.

El azar hace coincidir en la sala un cuadro de la plaza Mayor y también cierto paralelismo entre aquellas lavanderas de entonces y las vecinas que se concentran las tardes en la sede vecinal. Pasados quince minutos de las cinco de la tarde empiezan a repartirse las tareas. Por un lado una pistola de silicona, aguja e hilo para coser cerrar las prendas una vez rellenas de paja y varias capas de pintura a la cabeza, la tarea más laboriosa y má s característica de cada Febrero. 

Una vecina dando una capa de pintura a la cabeza del Febrero.

Una vecina dando una capa de pintura a la cabeza del Febrero. / Lorenzo Cordero

La mayoría de ellas participa por primer año en el taller y la mayoría acompañará a los títeres durante sus últimas horas. Salvo Carmen, que es de Cádiz, todas las presentes recuerdan la tradición desde su origen. Mientras cada una se hace cargo de una tarea, unas decoran, otras cosen, coinciden en subrayar la peculiaridadde la fiesta. «Es diferente». Aplauden también que se conserve y se potencie. «Está bien que se mantenga y que pase de generación en generación porque es algo típico de aquí, forma parte de la identidad de Cáceres», sostienen. 

Apuran las horas para tener listo su maniquí. Este viernes está previsto que los muñecos se repartan entre los colegios que participan en el cortejo hasta su quema. Los escolares tomarán el testigo de sus mayores, un gesto también simbólico con el que se pretende que el futuro de la memoria también esté asegurado.