Opinión | A la intemperie

Platos chinos

La amnistía no traerá ni la concordia ni la estabilidad, solo la impunidad para los criminales

En mi infancia era habitual ver en televisión a los malabaristas en el número de los platos chinos, esos que giran y giran en lo alto de una vara: cada vez más platos y cada vez más difícil para el malabarista. En los últimos años, salvo en el Congreso, no he vuelto a ver tan emocionante número. A mis ojos de niño tenía su mérito, hoy, a mis ojos de adulto, solo me causa repugnancia. Al menos los platos chinos del chino Sánchez.

Platos chinos

Platos chinos / Fernando Valbuena*

Es evidente que a Pedro Sánchez no le adornan las virtudes propias del buen gobernante: ni la honradez, ni la sabiduría, ni siquiera un mínimo sentido de Estado. No, ninguna de las tres. Sánchez es un tipo en cueros de escrúpulos. Esto ya debieron verlo sus propios compañeros de partido cuando quisieron ahorrarse el tormento de su presencia (y lo echaron). Pero alguna otra maña debe tener el interfecto, aunque solo sea la de los platos chinos, para, quebrando toda razón, ser capaz de volver y tomar al asalto el partido… y el poder. Lo suyo no es normal. Es anormal. Lo suyo y él mismo. El caso es que, para sorpresa de todos, tan ágil como hábil en el empleo de la mentira, no se le han caído los platos chinos. Al menos hasta hoy…

El fruto de la parálisis política, la falta de presupuestos, nos condena a la parálisis económica

Hoy y se acabó… El mismo día en que se aprueba la más miserable de sus leyes, los monstruos que él mismo ha creado han decidido devorarlo. La banda en desbandada. Cada uno a su tajada. Sánchez se mostró desquiciado, sin manos para más platos, sabedor de que esta vez se le van al suelo. Quizá sea cierto aquello de que no es posible engañar a todos todo el tiempo. Ahora, cercado por los trapicheos de los aventureros que le acompañaron en su vuelta al PSOE, amenazado por la lluvia de millones con que benefició a los patrocinadores de su esposa, humillado por los golpistas catalanes y traicionado por su propia vicepresidenta, Yolanda Díaz, ahora, su gobierno agoniza. Y es que cuando tienes el santo de espaldas hasta lo de Ayuso se te vuelve en contra y la que resulta acusada de delinquir no es Ayuso, sino su otra vicepresidenta, María Jesús Montero, esa que lee las noticias antes de que se publiquen. El caso es que Aragonés ha apretado el botón nuclear de las elecciones y, al hacerlo, ha dejado a Sánchez tan sin presupuestos como abocado a convocar elecciones. Todo por miedo a Puigdemont, el monstruo salido del laboratorio del Doctor Frankenstein. Que un simple adelanto electoral en Cataluña deje sin presupuestos a toda España es el último escalón en la degradación moral de un gobierno títere. Abandonado por sus compinches, a Sánchez le esperan meses de infarto: vascas, catalanas, europeas y, para postre, generales. Un calvario para un gobierno “en funciones” entre el tembleque y el colapso. Ya hay socialistas que dicen no conocerlo (léase Gallardo, por ejemplo). La huida de las ratas suele ser señal inequívoca del próximo hundimiento de la nave. Solo le queda Otegui (de momento). Otegui, ¡qué triste!, el último plato chino del presidente…

Lo peor de este sainete es que se irá y nos dejará España empobrecida y rota. Rota porque -y esto lo saben hasta los niños de baba- los separatistas volverán a levantarse, y lo harán con las armas que Sánchez les ha afilado. No, la amnistía, no es una herramienta para la concordia, sino para el enfrentamiento entre españoles. Y lo saben. Tras su aprobación, los diputados socialistas, puestos en pie, han aplaudido aquello de lo que abominaban hace tan solo dos semanas. Están, como su presidente, en cueros de dignidad. Y es que si lo propio de las ratas es huir, lo propio de los perros es no morder la mano que les da de comer. Ojalá el PSOE encuentre quien le saque del cenagal en que habita.

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