Opinión | A la intemperie

Lo de Koldo

Koldo, el aizkolari de Ábalos, ‘el último aizkolari socialista’ según Sánchez

Yo, ante un aizkolari, de entrada, me cuadro y luego ya se verá

En la imagen, el asesor de Ábalos.

En la imagen, el asesor de Ábalos. / EFE

Yo veo un aizkolari y me cuadro. Koldo, por ejemplo. Koldo, el aizkolari de Ábalos. ‘El último aizkolari socialista’ según Sánchez. Yo, ante un aizkolari, de entrada, me cuadro y luego ya se verá. Si se dedica a oficios de menos lustre, que si putero, que si malhechor, no seré yo quien lo diga. Lo reconozco, la querencia me nubla el juicio. Lo mismo me pasa con los pelotaris, los levantadores de piedra y hasta con los remeros de Kaiku. Más aún si son de Baracaldo...

Koldo me recuerda al tafallés Saturio Torón. Perdonen que me pierda. Saturio empezó boxeando, pero lo suyo era torear. Era tan grande como desproporcionado… Tenía las manos de un gigante, al menos eso es lo que siempre ha llamado mi atención al ver las pocas fotos que de él se conservan, las manos, aunque quizá debiera decir, los puños.

Los toreros vascos más que de romero son de leña (aunque sea leña de romero). Zacarías Lecumberri, notable matador vizcaíno, algo mayor que Saturio, pasó a la historia de la tauromaquia por tumbar a un cuatreño de un solo y certero puñetazo en la testuz. Saturio era del mismo corte. La segunda mitad de los veinte la pasó sirviendo como peón de brega a las órdenes de distintos espadas. Buen rehiletero, destacó pronto por su arrojo ante el toro. Probó suerte como novillero, le apodaban “El León Navarro”. Tomó la alternativa el 8 de julio de 1930 en su tierra, en Pamplona, de manos de Marcial Lalanda, teniendo por testigo al malogrado Félix Rodríguez.

Koldo me recuerda al torero tafallés Saturio Torón, que empezó boxeando, pero lo suyo era torear

Por vez primera un torero navarro tomaba la alternativa en la capital del viejo reino. Al primero lo desorejó, pero el segundo casi lo desoreja a él. Los mozos, callados en señal de respeto, acompañaron al torero malherido de la enfermería de la plaza al Hotel Quintana donde se hospedaba. Hizo las Américas con desigual fortuna (que es una manera elegante de decir con poca fortuna). Muy castigado por los toros, a la vuelta, en 1935, y tras pasar una temporada enrolado en la cuadrilla de Manolito Bienvenida, acabó desistiendo de alcanzar la gloria de Cúchares.

Se casó, tuvo seis hijos y, como Koldo, se metió en política. Saturio fue falangista en la hora prima. Dicen que llegó a la Falange de la mano de su paisano Julio Ruiz de Alda, el héroe del Plus Ultra. Sea como fuere, dadas sus hechuras, acabó en la primera línea. Dionisio Ridruejo, el poeta, escribió: «Era un personaje novelesco, con un amor propio exacerbado y una sencillez de paloma». Tierno y rudo a la vez. Según Dionisio se pasaba el día gruñendo porque le parecía que la Falange estaba llena de señoritos… Dionisio y él, tan distintos, acabaron siendo, además de camaradas, amigos fraternos.

Al estallar la guerra, preso en el Madrid rojo, salvó la vida alistándose en el Batallón Galán, el llamado batallón de los toreros. En Somosierra le planchó la muleta a las columnas navarras de Mola. Alcanzó el grado de capitán, y es que, al parecer, en las milicias populares, su valor y sus heridas tuvieron mejor premio que en los ruedos. Murió al pisar una mina. Rafael García Serrano, escritor falangista, navarro como él, escribió en la otra trinchera: «Murió al estallarle un mortero. Al mirar las posiciones enemigas acaso las viera como un tendido abarrotado por los aficionados de Olite, de Tafalla, de Tudela, de toda Navarra, que unos años antes le habían aplaudido en Pamplona. Puede que esto le sirviera de consuelo al terminar la lidia por siempre jamás». Un caso curioso en aquellos años de sañudas persecuciones a vivos y muertos: ninguno de sus antiguos camaradas le afeó jamás su conducta.

Ahora que termino estas líneas, ya no me lo recuerda tanto. Solo la estampa. No, no veo a Saturio Torón veraneando en Benidorm... 

* Abogado.