Opinión | COMPRENDIENDO LA REALIDAD

¿Por qué lloramos?... El caso del presidente

Un día leí en algún lugar que lloramos para que nos vean llorar... 

Sánchez, en Moncloa, en la comparecencia del lunes.

Sánchez, en Moncloa, en la comparecencia del lunes. / CEDIDA

Un día leí en algún lugar que lloramos para que nos vean llorar. No es tanto por el dolor acumulado, pues este se manifiesta en función de las circunstancias. 

Veamos el caso de un niño que se cae, se hace un buen raspón y, de estar él solo, nada parece acontecer más allá de pasarse la mano por la herida para quitar la suciedad adherida a la misma. He aquí que una vez llegado a casa, en presencia -sobre todo- de su madre, las lágrimas y los aspavientos brotan imposibles de controlar. 

Veamos qué ha acontecido: la caída ha sido real, el dolor también; nada que la biología no pueda integrar. Pasa un tiempo hasta llegar a casa y, entonces, en ese nuevo escenario, el drama se desenvuelve como queriendo ser acogido en los abrazos amorosos de nuestro creador (léase la madre que le dio la vida). Son los brazos, la ternura, el arrope de la madre quienes mitigan de verdad la torpeza de la caída; es el mejor antídoto para «disculpar» la insensatez de la caída y permitir borrar ese error en el paso mal dado que forja el accidente. Después del tiempo de abrazo consentido todo vuelve a la normalidad. 

¿A qué nos recuerda este asunto? Nuestro presidente también ha sido herido, en lo que más quiere -eso dice él con su carta de «amor puro» hacia su mujer-, en las entrañas de con quien comparte lecho y mantel. Ha resistido en silencio durante un tiempo, pero no puede más: llora ante la madre patria para buscar consuelo porque se siento hijo predilecto de nuestra comunidad. Llora esperando a los 12 500 militantes arropantes de Ferraz, a sus empleados que, temiendo por sus trabajos, arropan al hijo necesario de sus vidas.

El lunes dejó de llorar, una vez reconfortado por su patria amante y generosa madre. De nuevo, ha vuelto a andar borrando de su memoria los pequeños esfuerzos de su mujer por asemejarse a la importancia de él. Es nada más que la condición humana; nada por lo que debamos criticar.